martes, 28 de mayo de 2013

Iñaki, de mis pecados

Cuando se casaron, hace ahora 16 años, el mundo entero (a excepción del padre de la novia que no podía entender como es que tal cantidad de sangre azul que corría por las venas de la hija, se juntaba con un vasco desconocido y sin mayores méritos) se permitió unos minutos para recrear su versión de la Cenicienta al revés. Ella, una princesa de la más alta prosapia, correcta, bien portada, un poco tímida y bonitica para venir de donde venia y él, guapo, atleta de muchos meritos en la cancha, emprendedor con posibles, inteligente e irresistiblemente sexy. Fueron la pareja soñada, sobre todo cuando se comparaban con aquel Condesito mal habido que había desposado a la hermana mayor, feo, mal encarado y demasiado seguro de llevar en el alma la bayamesa.
Empezó el tema de la convivencia y uno no podía más que suspirar de envidia. Que cara de mansa felicidad la de Cristinita y que vientre fértil el suyo. Muchacho tras muchacho no paraban de darle alegrías a uno. Porque además, que belleza de prole, que maravilla de colección de rubietes guapos y simpáticos vestidos como orquesta de cha cha cha todo el tiempo, en plan familia-feliz- que-todo-lo-puede. Nosotros lo vivimos todo. La mudanza a Barcelona, los empleos cada vez más exitosos del marido empresario, las fiestas de gran tralala, a las que la esposa acudía vestida con discreción de noble griega, mientras la hermana lo hacia con elegancia vistosa de princesa aconsejada por un marido más pendiente de la moda que de la estirpe. El trascurrir de una vida, ni mas ni menos, tan azul como la sangre de ella.
Eran la imagen de la familia española y rica por excelencia. El envejecía poniéndose cada vez mas guapo y ella poniéndose cada vez más simpática y más materno-infantil. Discretos (hasta donde HOLA lo permite) y trabajadores, cumplían con los compromisos de su rango oficial y hablaban poco con los extraños, ósea nosotros, los súbditos. Hasta que les estalló la bomba en la cara. Tengo que decirlo: Me partió el alma. Me dolió hasta en el nervio ciático. Sobre todo, porque cuando la noticia se hizo carne, era dificilísimo eximir de culpas al señor Urdangarín. Nos costaba un imperio de dificultades pensar que le estaban tendiendo una trampa y que el rubio mas guapo de la Casa, no tenia nada que ver con el invento. Ni modo. Fue culpable desde el primer día, aunque algún milagro logre absolverlo de manchas.
No ha debido ser fácil, sobre todo para ella, a quien probablemente él arrastró en el mal comportamiento. Algo así, como “tu fírmame aquí, que no pasa nada y no salgas a comentárselo a tu hermano o a tu papá” y la pobre, enamorada (que no la culpo) cogía el boli y firmaba aunque le quedaran todas las preguntas en la mente disipada por la cercanía de aquel portento de macho durmiendo a su lado en las reales habitaciones de un palacete catalán, obtenido con el sudor de otras frentes, según parece.
Imputaciones, esclarecimientos, acusaciones, declaraciones, comunicados, humillaciones (Zarzuela los mandó a freír castañas y el pueblo les tumbó la calle que habían apadrinado en tiempos felices y por un pelo, el titulo que los distingue) y montón de cosas después; ahora resulta que salen a bailotear las revelaciones mas infames y sorprendentes de toda esta larga opereta de chismes: Iñaki pudo haber pasado sus ratos de ocio en otra cama menos santa y menos digna: la de uno de sus amiguetes de infancia y socio ocasional. Concretamente, la de Jaume Reguant. Ahora parece que Iñaki, (Diego Torres - el socio malvado - dixit y saca email que lo comprueba) en el recurtidero de las finanzas torcidas, habría torcido todo, incluyendo algunos gustos de cama.
La verdad es que ya no se gana para sustos. Claro que de ser cierto, algunos buenos corazones nobles (de la nobleza, que no del adjetivo) deben estar bailando la jota aragonesa y esperando al mal portado Duque de Palma en algún lugar en que se empalme, lejos de la circunspecta infanta - bonita y tímida - que sale y entra de autos enchoferados para ir a su trabajo, mientras mira con pesar, seguramente, como ha disminuido la llegada del cartero y las tarjetas de cartulina de hilo; aunque no, para su consuelo, las cercanías palaciegas con la otra gran victima de los desmanes de un marido que, para eso, no ha servido nunca: Su madre, la reina Sofía, que no ha escatimado ocasión para ir a pasarle la mano por la cabeza. Ambas seguramente habrán desgranado las cuentas de sus rosarios, sin comodidad ni risotadas felices. Ambas han sabido de sobra que entre los chismes de los salones, las torpezas de sus maridos han ocupado espacios interminables; pero, no hay duda que la mayor, católica ensimismada, dará gracias al altísimo que sobre las camas que su marido ha entibiado, nadie podrá decir jamás que se han encontrado mas vellos que los de él. Para desgracia de la hija, que ahora no sabe si puede decir lo mismo.

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