miércoles, 5 de octubre de 2011

Y santas pascuas!





Mientras tanto, adentro, las caras eran vivo testimonio de certezas irrefutables. Si Cayetana es feliz,
todos a su alrededor parecen serlo y ella, según hemos podido ver hace años, se cuida de alejarse de los malos agüeros. La fiesta de bodas no hacia sino coger candela.
No hemos conocido detalles hasta ahora, alguno trascenderá, seguramente; aunque no necesitemos ver más allá de la alegría en los ojos y en las palmas de los que rodearon a los novios para celebrar con ellos. Nada habla mejor que las fotografías del desorden fiestero que siguió a la entrañable ceremonia, a las sevillanas en la calle y a la fiesta que se armó, un poco espontánea, después de haber almorzado con este menú, más que sevillano, español, servido a toda regla en los jardines de Dueñas:
- Gazpacho rebujito con hierbabuena
- Tortilla española
- Ensalada de Nuyes con angulas y caviar
- Tournedó de ternera con salsa bearnesa, pimientos de padrón, cebollitas francesas y patatas Ducal
- Ave al limón en su jugo con verdura variada a la plancha
- Ensalada Mimosa  
- Tocino de coco
- Pastel de almendras con salsa de leche condensada
- Bomba de chocolate con salsa de turrón caliente

En olor de multitud


Si en España existe el Juancarlismo, en Sevilla, a no dudarlo, hay todo un desborde de Cayetanismo. Exacerbado, tal vez, por los acontecimientos de los últimos días y, digámoslo todo de una vez, porque los sevillanos son más faranduleros que nadie. Así pues, a las puertas del Palacio de Dueñas (que muchos llaman Palacio de Las Dueñas, pero que no es así, no lleva articulo) una muchedumbre bien compuesta por marujas, señoras ilusionadas, jovencitas ansiosas de historia, chistosos de siempre y simples portadores de buenos deseos, esperaba recoger su pedacito de cuento de hadas.
Cayetana no decepcionó. Se portó como una novia Sevillana que se precia y como una aristócrata que está más allá del bien y del mal. Salió del brazo de su marido a saludar a su gente, les hizo muecas, les dio las gracias, se dejó arrastrar por la música que tanto le gusta y se arrancó por Sevillanas.
Vamos, que era lo último que el público esperaba y será lo que todos recuerden de este día: el momento en que descalza y en plena posesión de la gracia de sus 86 años, enarbolaba las manos en el aire con el arte de quien ha bailao toda la vida. 
Un poco antes había lanzado el ramo a la multitud (lo agarró una jovencita de nombre María Dolores que tuvo su cuarto de hora inmediatamente)  y había correspondido con exactitud al cariño de un pueblo que se sabe tan único, que tiene reina, palacio y corte.

Dia de boda




Pegados al televisor desde muy temprano, empezamos a sentir y disfrutar la algarabía de una boda Sevillana al empezar la mañana. Vimos entrar a Palacio a alguno de los hijos y nos enteramos, con tristeza, de la grave varicela de Eugenia, Duquesa de Montoro y niña de la casa.
Un poco más tarde, para calentar la espera, comenzó la llegada de los invitados, poquísimos y muy selectos, que presenciarían en directo la versión Sevillana de boda real con entrega de Oscar. No había estrellas de cine, aunque alguna de las invitadas tiene tanto tirón mediático como Cameron Diaz y aun no nos enteramos por qué. Hubo toreros, de los que más que arte, tienen linaje y les sobra galanura y por allí pudimos ver algún que otro apellido compuesto, un médico a quien ya desde hace rato le ponen manos de santo, y alguna que otra buena mujer devenida en asistenta. Un grupete de amigotes que no debe haber llegado a los 40, pero que de variopinto vale por mil.
De mantilla blanca, con el debido permiso de la novia (si no, habría cometido una falta imperdonable y eso ella, jamás) y un precioso traje rojo de madrina, Carmen Tello, esposa de Curro Romero y hermana elegida de la Duquesa, hizo de envidiable madrina de bodas, dio declaraciones, paseó el modelito, se tomó fotografías y se gozó la cosa tanto como le dio la gana y se lo permitieron sus Victorios y sus Luchinos que no la dejaban a sol ni a sombra.
Adentro, Palacio hervía por el calor sevillano, que hoy se mostró generoso, y por la emoción genuina del momento. Cayetano, el hijo díscolo y guapo, parece haber hecho las paces con todo el mundo (se veía estupendo escoltando otra vez a Genoveva) y ya nos habíamos enterado que por vengativo y necio, Jacobo decidió irse para Francia antes que felicitar a su madre en persona (los boletos seguro que los compró Inka) Carlos, de riguroso chaqué mañanero, no llevo a la Koplowitz pero hizo el paseillo hasta el altar lleno de historia, y las caras frescas y bonitas de los nietos, andaban de brillo por la ausencia.
Tres sacerdotes, una lectura bíblica a cargo del hijo elegido, Francisco Rivera Ordoñez (el que fue y tuvo, retuvo) y la cara emocionada de la novia dieron cuenta de lo demás. Pasadas la 1 y media de la tarde, Alfonso más que convertirse en Duque de Alba consorte, se convertía en compañero de la Duquesa que a sus 86 años, miró al mundo desde el hombro, se puso un bello vestido rosa y se casó porque ella es libre. Vaya responsabilidad.




El Traje


Había sido motivo de apuestas. Desde hace varios días las quinielas se repetían la suerte buena o mala, de ganarse unos euros aproximándose a una descripción del atuendo de Cayetana para su tercera boda.
Me da por pensar que nadie ha atinado. Cuando vimos aparecer por ahí los dibujos del modelito, dejados colar por los autores, minutos antes de ver aparecer a la novia, supimos que la cosa iba en serio. La novia, puesta en razón, estaba radiante. Si, de verdad. A mi no me fascinan Victorio y Luchino, creo que son buenos diseñadores pero hay algo en sus diseños que siempre me parece que sobra o que falta. Esta vez, sin embargo, tengo que decir que lo pegaron completico: El traje de novia de Cayetana de Alba era precioso. Simplemente; dejemos que sean los expertos de HOLA (mejores en eso que nadie en este mundo) los que lo cuenten, con ese encanto especial que tienen:
El vestido de estilo romántico, realizado en gasa de seda natural de color rosa coquillage y encaje de Balencie al mismo tono. El escote barco con puntas de encaje entoladas en la gasa que se va confundiendo con la piel, las mangas abullonadas a mitad del brazo y van salpicadas de pequeños jazmines en organza de distintos gamas de rosas y grises humo rematadas con pequeñas perlas al tono.
El cuerpo y la cadera son de encaje entolado y la falda algo fruncida y acabada en pequeños volantes de gasa con entredoses de encajes que dejan entrever otros de organza plisada de un color más subido de tono. La cintura se ajusta con un lazo de terciopelo de seda color verde lima.
Nada, que lo dicho: Es una de las mejores cosas que ha hecho este par.

Una historia de amor del siglo XXI


Hace menos de 4 años, España temía por su vida. Cada una de sus apariciones, muy escasas en esa época por cierto, mostraban una anciana enferma e impedida que escasamente hablaba y parecía despedirse lentamente de la vida y los placeres que conoció tanto y tanto disfrutó. Un buen día sucedió lo impensable: después de una delicada operación cerebral y otras igualmente peligrosas fases de tratamiento para aliviar, si no una enfermedad, los estragos de la ancianidad en quien ha vivido la vida a todo vapor, Cayetana de Alba era fotografiada en compañía de un “amigo particular”.
No corrió la sangre; se desparramó la tinta de las editoriales y se contaron por siglos, las horas que los programas de la prensa rosa le dedicaron a lo que podía ser el último romance de Doña Cayetana. Con la parsimonia propia de quien ordeña noticias para perpetuarse en el rating, se fue anunciando el nombre del escogido, su ocupación y algunos otros detalles, no exentos de malsana curiosidad morbosa, hasta dejarlo convertido en poco menos que el vividor del año.
El tiempo, que todo lo puede (y que no parece abundar para La Duquesa) ha ido poniendo las cosas en su lugar. Tras una verdadera tempestad mediática, en la que TODOS opinaban que ese noviazgo era la última locura de una señora que jamás se había eximido de vivir a su manera, y después de escuchar los consejos de la mismísima Reina de España, Cayetana y Alfonso comenzaron lo que para muchos de nosotros fue un noviazgo tranquilo y sosegado que, finalmente, hoy ha recibido la bendición de Dios.
Ella tiene 86 años, 2 maridos fallecidos, 6 hijos, 9 nietos, 8 castillos o palacios, un retrato pintado por Goya, varios cuadros de Velásquez y Surbaran, más fama de la que nadie necesita, 46 títulos nobiliarios por derecho propio y es 20 veces Grande de España. Él tiene 61 años, es un funcionario de ministerio con intereses en una tienda de antigüedades que lleva la familia y cierta buena pinta. Eso pareció bastar: Esta mañana en el histórico Palacio de Dueñas de Sevilla, Cayetana Fitz James Stuart y Silva, Duquesa de Alba de Tormes y Alfonso Diez Carabates, se convirtieron por obra y gracia de la libertad de vivir, en Marido y Mujer.
Medio mundo, allá afuera, se ha quedado boquiabierto.

domingo, 1 de mayo de 2011

Para siempre jamás...

Publicadas las fotos oficiales del enlace, la noticia, en este mundo de inmediatismos mediáticos, es agua pasada. Hablaremos de eso algunos días, como algo sucedido años atrás y no faltará los que, en cualquier lugar del mundo, usen la Boda de Guillermo y Catherine, para dárselas de progres y despedazar a la Casa Real Inglesa.  Habrá, como no, los que guarden el recuerdo como un tesoro histórico y los que frivolicen la cosa para no admitir que les encantan los cuentos de hadas del siglo XXI.  Otra noticia tan vistosa  borrará el recuerdo de esta y así, pasara la vida, como pasa todo.
Por eso quise hacer el recuento que he hecho, con la dosis de frivolidad con que se narra una boda en la que tanta importancia tienen los tocados de las invitadas, como el chaqué de los señores, como la historia de la silla en la que no te sientas. Después de todo, este es un blog dedicado a las casas reales, una forma muy particular de ver el poder.  Tal vez, el espacio virtual me sirva para archivar la memoria de este día, vivido con genuina emoción, no sé por qué y me permita acudir a él, en esas ocasiones en que me parece que mis hadas madrinas se disfrazaron de Princesas de York. Es así, no queda mucho más por decir. La historia está aquí, guardada.





Colorín, colorao, este cuento se ha acabado.

Clamor popular











Han acampado en las calles, han montado carpas y dormido en sillas, han soportado el frio de las noches y la lluvia de todos los días. Se han echado a la calle,  como sólo saben hacerlo ellos, para esperar este momento casi imperceptible. A lo largo de unos cuantos kilómetros, los que separan la Abadía de Westminter del Palacio de Buckingham, un cortejo de carruajes historiados y jinetes de la Real Guardia de Caballería, les dará a los ingleses su única oportunidad de carne y hueso, para sentirse parte del acontecimiento. Nosotros, cómodamente instalados frente a una taza de humeante Earl´s Grey English Breakfast Tea lo veremos en la primera fila de nuestro televisor.
Sólo falta una de las más celebres tradiciones de una boda real que se precie: el beso en el balcón. Dentro de poco, un paje de la corte descorrerá los cortinajes, abrirá las puertas del balcón de palacio y ambas familias acompañarán a los novios en su primer “baño de multitudes”,  primero de una serie interminable de ocasiones en las que la Duquesa de Cambridge, recordará el día en que se metió en esto, pero entonces no será tan protagonista como hoy.
Allí están, estrictamente, las familias de ambos conyugues: La Reina en un discreto segundo plano,  casi ni saluda a la muchedumbre apostada al pie del balcón y Catherine hace lo posible por permitirle a los niños del cortejo su momento de gloria. Finalmente, saludan emocionados – ella no puede creerlo aun – y Guillermo le dice ¿nos besamos?
Abajo, los súbditos de Su Majestad enloquecen. Un tímido primer beso, unas cálidas sonrisas y más saludos. Cinco minutos después, un segundo y más prolongado “piquito” hace que un comentarista de la BBC diga que los novios no han decepcionado.
Hay aviones en el cielo saludando la ocasión, soldados de gala resguardando las rejas palaciegas, multitudes que pugnan por alcanzar la mejor visión y una sensación indudable de que las cosas, a este par, tienen que irle mejor que a muchos.
Es hora de entrar a Palacio, atender invitados y picar la torta (que son dos, por cierto). La parte pública del convite ha terminado. Adentro, 650 elegidos comerán 15 canapés cada uno, tomaran un par de copas de champagne y tres de vino, saludarán a Sus Majestades y regresarán a casa con la sensación de haber visto la historia pasar.
Que sean felices y  que coman perdices.

La ceremonia









Llevábamos 3 horas al frente del televisor, en casa amanecía un día soleado que ya hubieran querido para sí los ingleses, preocupados por la eventualidad de un aguacero que les dañara el guateque. A las 12:05, con exacto seguimiento del guión, entró Catherine Elizabeth Middleton a la Abadía de Westminter. Había llegado en el Rolls Royce  Phantom IV, que usa Su Majestad Isabel II para ocasiones oficiales y lucia nerviosa y encantada; hermosa también, pero eso ya lo dijimos.
En el altar, su príncipe la esperaba;  para dar espacio al lugar común de una crónica que podría ser social pero es histórica, lo hacía con ansias y emociones. En la Abadía se escuchó un himno cuyos arreglos fueron compuestos para la coronación de Eduardo II en 1902, se interpretó también en la coronación de Isabel II en 1952 y tiene la letra del salmo 122 “Que alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del señor”. Guillermo piropea a su futura esposa y ella lo agradece sonriendo tímidamente. Empieza la ceremonia por la cual, Kate, renunciará a su sobrenombre, a su privacidad y a muchas otras cosas de su vida pasada y se convertirá en Princesa de Inglaterra y algún día, en Reina.
Enseguida el rito del matrimonio, antecedido por el himno que despidió a la Princesa de Gales en ese mismo lugar;  sin prometer obediencia (para evitarse un arranque de machismo inglés, probablemente) a las 12:14 minutos, Guillermo y Kate se han convertido oficialmente en marido y mujer.
Guillermo, que ha decidido no usar alianza matrimonial en atención a un privilegio otorgado a los varones de la Casa, intenta colocar el único anillo del día en el dedo de su esposa y la cosa le sale difícil. Unos instantes de angustia, en los que creímos que él le fracturaría el dedo a la novia, un poco de ayuda por parte de ella, y el anillo finalmente llega a su lugar.
James, hermano de la novia, hace la única lectura bíblica de la mañana, un pedazo del capítulo 12 de la Epístola de San Pablo a los Romanos, “Que el amor sea sin fingimiento” y lo hace con aplomo y gran dominio escénico. Ha pasado su gran prueba con honores.
Poco después, y como aquí todo se hace alrededor de la historia de antepasados, los novios, sus padres y hermanos, pasan a la sacristía de la Abadía, lugar donde reposan los restos de Leonor de Castilla, para firmar el registro de matrimonio. Es el momento  más privado del que disponen. Salen de allí unos minutos más tarde y mientras tanto, una impresionante solemnidad es servida por los niños del coro de la Capilla Real y el coro de La Abadía de Westminter, quienes han entonado diferentes himnos ligados a ocasiones históricas de la familia del novio. A la 1:03 minutos de la tarde, la ceremonia, elegante y hermosa, ha concluido. SSAARR Guillermo y Catherine, Duques de Cambridge, salen a la puerta para recibir la ovación de la multitud que los espera. 
A Palacio, por favor.

sábado, 30 de abril de 2011

La novia






Cuando la vimos, en las primeras borrosas imágenes  a las puertas del hotel, abordando el auto que la conduciría a la Abadía, empezamos a sospechar que su elección había sido correcta. Una sencilla tiara (ninguna de las esperadas) velo corto y cabello suelto. Se veía algo de encaje en la parte superior del traje y una bella sonrisa. Bastó para saber que, como tenia rato diciéndolo, el vestido sería una fabulosa sorpresa.
No me equivoqué: Al descender del auto en Westminter, Kate Middleton, a minutos de convertirse en Princesa de Inglaterra y ya ungida de su flamante título de Duquesa  de Cambridge, lucia sencillamente esplendida, pues básicamente se había vestido de novia y no se había disfrazado de princesa.  El traje, diseñado por Sarah Burton, directora de la casa Alexander Mc Queen, en un tono blanco satinado, es de escote corazón,  (nadie mejor que HOLA para describirlo con toda propiedad)  sobre el que lleva un cuerpo de encaje francés de manga larga que ha sido realizado a mano por la Real Escuela de Costura. La falda, con mucho volumen y una cola de tres metros de largo, también lleva apliques de encaje y algunas flores de seda color marfil. El corpiño de satén, estrecho en la cintura y acolchado en las caderas, se basa en la tradición victoriana de corsetería y es un detalle que caracteriza a los diseños de Alexander McQueen. La parte trasera tiene un acabado en gazar y botones forrados de organza sujetada por lazos. La enagua es de tul de seda con adornos de encaje de Cluny
Superado ese primer impacto de belleza, pude reparar en la magnífica tiara, sin la cual, Miss Middleton no habría sido una novia Real. Aunque esperaba una de las tiaras más conocidas e historiadas de la vasta colección de la Casa, tuve que admitir rápidamente que la selección no pudo ser mejor: se trataba de la tiara Cartier que la Reina Isabel  II recibió como regalo de su madre en su 18 cumpleaños y que a su vez,  esta había recibido de manos de su marido, el Rey Jorge VI en 1936. Es pues una joya con suficiente historia familiar, pero no pertenece a los tesoros históricos de la nación y eso la hace más inmediata en el afecto. Que La Reina haya prestado esa tiara tan especial a la esposa de su nieto,  parece querer decir que su bienvenida a familia sale de la intimidad de su corazón de abuela y es ciertamente un gesto de generosidad humana poco usual en ella.  El acomodo de la novia incluía además unos regios pendientes de diamantes, obsequio de sus padres.
Radiante y casi perfecta (el ramo pudo haber sido más bonito) Catherine Middleton, escoltada con toda propiedad por su padre y hermana, caminó entonces, los 73 mts que la separaban de su príncipe y de su futuro.  En el altar, el Príncipe Harry anunciaba a su hermano la llegada de la novia y este permanecía de espaldas a ella, de frente al altar, como manda el protocolo real: Nadie, a excepción del Monarca Soberano, puede darle la espalda al altar o al arzobispo. 
Llegó el momento.

El Novio



Si hay algo que nos gusta decir del Príncipe Guillermo de Inglaterra es que nos recuerda muchísimo a su madre, la Princesa de Gales. Hay un gesto en la cara de Guillermo, una manera de sonreír con timidez, volteando la cara a un lado y escondiendo la barbilla, que parece calcado directamente de su mamá; esa imagen preciosa fue justo la que vimos al momento en que su llegada a la Abadía de Westminter, anunció que estábamos a pocos minutos del inicio de la  ceremonia.
Vestido con el uniforme rojo de su rango militar más alto, Coronel de la Guardia Irlandesa,  en lugar de vestir el tradicional uniforme azul de teniente de la Real Fuerza Aérea, el novio lucia espléndidamente guapo. El uniforme consta de una casaca roja con botones dorados colocados en doble hilera de cuatro, cuello, charreteras y puños negros con doble pasamanería en amarillo oro, botones dorados y levanta cuello blanco, cinturón de gró color vino claro rematado en borlas doradas, pantalón negro con ancha banda roja al costado y zapatos negros de charol, con espuelas de oro.
En la casaca llevaba una insignia de la real Orden de San Patricio, una estrella de ocho puntas con una inscripción que dice ¿Quién nos separará? Y además, una banda azul con la insignia de las alas de la Fuerza Aérea, la Orden de la Jarretera y la medalla del Jubileo de Oro, en claro homenaje a su abuela, La Reina Isabel II.
Acompañado de su hermano y en esa estampa de galanura, Su Alteza Real el príncipe Guillermo Arturo Felipe Luis, duque de Cambridge, conde de Strathearn, barón de Carrickfergus, real caballero compañero de la Nobilísima Orden de la Jarretera, y magíster en Artes, caminó hasta el altar mayor de la Abadia de Westminter para esperar allí a quien él eligió libremente para intentar una felicidad que no es corriente en su familia.
Minutos después,  las trompetas anunciaron la llegada de Miss Catherine Elizabeth Midlleton.

Ha llegado Su Majestad



Su Majestad, Isabel Segunda, por la Gracia de Dios, del Reino Unido de la Gran Bretaña y de Irlanda del Norte y de sus otros Reinos y Territorios Reina, Jefa de la Mancomunidad de Naciones y Defensora de la Fe; llegó a la Abadía de Westminter a bordo de un Rolls Royce negro, acompañada por su esposo Felipe, Duque de Edimburgo a las 11: 47 de la mañana y fue saludada por la Marcha de Los Pájaros de Charles Hubert Hastings Parry. Fue uno de los grandes momentos de la mañana, entre otras cosas, porque con su llegada, la ceremonia estaría por empezar. Pero, también porque, a pesar de todas las cosas en las que La Reina haya podido fallarle a sus súbditos, estos siguen viendo en ella a una persona cercana a sus afectos,  una especie de líder espiritual para una nación que no conoce otra forma de vida y necesita la monarquía para verse en ella.
Vestía un magnifico abrigo de color amarillo brillante, sombrero de copa alta en el mismo color, un impresionante broche de oro y diamantes en el costado derecho y un collar de dos vueltas de oro, zapatos de tacón bajo en color marfil, su distintiva cartera de asas en el mismo color de los zapatos y guantes de color marfil.  Creo que las redes sociales reventaron en ese momento; el color amarillo es considerado de mal augurio en muchos países e incluso se consideraba color de luto en la antigüedad;  Su Majestad demostró, una vez más que sus actos son incontestables, así sean estos tan  simples como la  elección de un color para vestir. Isabel II está más allá del bien y del mal y esa mañana lo demostró como pocas veces.
Adentro, Guillermo espera ansioso a Kate que viene en camino.  Dos mil millones de personas alrededor del mundo la  esperan para dar inicio a la ceremonia.

The Commoners

James Middleton

  Carole Middleton, a su llegada a la Abadía

 Pipa Middleton, envidable madrina de bodas


Si algo conoce la hoy Duquesa de Cambridge, es el valor del trabajo duro y constante. Lo aprendió de sus padres, quienes han desarrollado un próspero negocio de ventas por Internet después de haber vivido la ruina. 
Que son gente sencilla y decente quedó fehacientemente demostrado en el momento en que casaron a su hija mayor con el que algún día será Rey de Inglaterra; lo hicieron sin aspavientos y con una elegancia que deslumbró al mundo.  Venía  el automóvil de la Reina Isabel II en camino,  cuando empezamos a ver a las pocas personas que forman la familia Middleton y la verdad es que la sorpresa nos dejó en el sitio.
Tanto James, el hermano a quien han querido tachar de díscolo y Carole, la guapa y elegantísima madre de Kate, estuvieron ni más ni menos,  a la altura misma de las circunstancias;  emocionados y muy bien controlados, ocuparon el puesto que la rígida monarquía permite a sus commoners en una ocasión como esta,  y se las arreglaron para hacerlo bien.  Pipa, la hermana que tuvo la responsabilidad de acompañar a  la novia en el proceso nupcial, “se robó el show” y pasará a la historia de este día, como una madrina de envidiable buen hacer.
Capítulo aparte para Carole, en su precioso vestido- abrigo color azul cielo y sombrero a juego con el que destacó los buenos genes que aporta Kate a la familia. Sin duda, una de las mujeres mejor vestidas de la boda  fue precisamente ella, en una mañana en la que el protagonismo reservado para la madre de la novia, habría brillado por su ausencia.