miércoles, 8 de mayo de 2013

Reina correctísima, la elegante Isabel

isabel 003Tal vez sea que, por lo menos, dos generaciones enteras se han desarrollado viéndola reinar sobre Inglaterra o tal vez, porque ha envejecido con gracia delante de nuestros ojos, sin borrar sus arrugas ni teñir sus canas, o será porque escenifica, como ninguna otra, la Majestad asociada a su título; cualquiera sea el motivo, no hay duda de que Su Majestad Isabel Segunda, por la Gracia de Dios, del Reino Unido de la Gran Bretaña y de Irlanda del Norte y de sus otros Reinos y Territorios Reina, Jefa de la Mancomunidad de Naciones y Defensora de la Fe, es el epitome de una Reina.
Poco a poco nos acostumbramos a su inigualable estilo y su manera particular de hacer las cosas, tan inglesa y tan distantemente entrañable. Sin embargo, sus 61 años como monarca parlamentaria de dieciséis Estados soberanos conocidos como Reinos de la Mancomunidad de Naciones: el Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Jamaica, Barbados, Bahamas, Granada, Papúa Nueva Guinea, Islas Salomón, Tuvalu, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Belice, Antigua y Barbuda y San Cristóbal y Nieves; principal figura política de los cincuenta y cuatro países miembros de la Mancomunidad de Naciones, monarca del Reino Unido y gobernadora suprema de la Iglesia de Inglaterra, han pasado por todo tipo de pruebas difíciles y seguramente, como no, de grandes e inspiradores momentos. No fue fácil, la suya es una vida que no soñó nunca para sí. Que no quería.
Nacida como Elizabeth Alexandra Mary el 21 de abril de 1926 en Londres, fue la hija mayor del príncipe Alberto, segundo hijo del rey Jorge V, quien accedió al trono debido a la abdicación de su hermano Eduardo. Fue el primer gran disgusto de la entonces Princesa Elizabeth, Eduardo, enamorado “hasta las metras” de una norteamericana divorciada y un poco díscola, renunció al trono que le correspondía a la muerte de su padre y abrió el camino para que su hermano, el muy serio y profesional Príncipe Alberto, lo accediera. De este modo, Elizabeth, entonces en un cómodo tercer lugar en la línea de sucesión, vio trazado un destino que no deseaba para nada, el de princesa heredera. Su padre, aquejado de problemas de salud logró mantenerse en el trono por 16 años. En 1952, mientras su hija se encontraba de viaje por Kenia recibió la noticia de la muerte de su padre, al que adoraba. Regresó inmediatamente para ocuparse de los detalles de la coronación y odiar para siempre a la americana que le había torcido el destino. Siempre se refirió a Wallis Simpson como “that woman”. No obstante, asumió el mando casi tan rápido como le fue otorgado. Según el decir de muchos de los líderes políticos con los que ha alternado, su preparación intelectual y su conocimiento de los temas en la mesa, es solo comparable a la impecabilidad de su estilo y sus modales sin falla.
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Después de haber vivido lo suyo, se ha convertido en una abuela adusta que sabe hacer las cosas a su manera y no tiene parangón. Con entereza ha sobrellevado el dolor por la muerte de su hermana (a quien estaba muy unida, a pesar de los pesares) de su madre, consejera de siempre hasta más allá de sus 100 años y por escándalos en los que nunca ha sido protagonista, pero la han salpicado como si lo fuera. Tal vez, todavía se recuerde lo difícil que fue para ella sabe reaccionar a la muerte de la Princesa Diana de Gales y lo mal que fue calificada en ese momento.
Se repuso y de qué modo. Hoy, Su majestad la Reina Isabel II del Reino Unido, se distingue, para bien y para mal, gracias a un inconfundible estilo, una elegancia irreprochable que sólo se parece a ella. Sus sombreros, su collar de perlas de tres vueltas, sus broches y sus abrigos de colores brillantes son su seña de identidad más conocida, para llegar a la cual, todo ha sido medido a la perfección. Tanto que sus joyas emblemáticas son en realidad una medida de seguridad, sus guardaespaldas siempre podrán saber dónde está y verla a distancia o entre la multitud, persiguiendo el broche o el collar. Hay más, La Reina no usa un traje verde si va a plantar un árbol para no competir con los colores de fondo, por ejemplo; o llevará plumas y flores en su sombrero, si va a visitar una escuela de niños para que sea divertido para ellos. Nunca usará sombreros en un acto después de la seis de la tarde (llevará un tocado o tiara) y sus paraguas son de plástico transparente para que la gente vea bien su cara, pero el mango y el borde siempre combinan con la ropa que lleva puesta. Si algo la desataca, más que a muchas otras, es su sentido del “perfect match” jamás la hemos visto arriesgándose con cosas que no combinen. Es más, suele llevar un máximo de dos colores en su conjunto y, muy seguido, lleva el mismo color de pies a cabeza. Sus trajes, de extraordinaria calidad, no son de firma reconocida (se preparan para ella 4 colecciones anuales, que no se venden ni se exhiben públicamente y son obra de “los diseñadores de la reina”) y muestran acabados perfectos, por los que se llega a extremos: a los que se realizan con telas muy ligeras, se le colocan pesas para que el viento no se entretenga con ellos. Isabel II no es frívola, sencillamente sabe que es su deber lucir perfecta en cada ocasión que ha de ser vista, y permite que expertos se ocupen de ello, siguiendo muy de cerca sus gustos y manías.
isabel 002Todo lo demás lo hace ella. Su actitud, su corrección, su saber estar, la sitúan a la cabeza de ese pequeño cotarro que es el “gotha” europeo. Ha podido con todo, le ha metido el hombro a todo y ha salido airosa. Sin duda, una mujer que se ha tomado en serio un trabajo que se confunde con la vida hasta no saber dónde termina uno y empieza otro. No hay quien se le ponga cerca.

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