sábado, 11 de mayo de 2013

Reina primerísima, la anticuada Silvia

silvia 001Es la plebeya principal de una corte inundada de sangre roja. Proviene de una familia acomodada, pero no millonaria, y para llegar a donde está ahora, tuvo que hacer sacrificios que, probablemente, ninguna novia del siglo XXI (a menos que esté francamente necesitada) estaría dispuesta a afrontar. No nació noble, pero se comporta como si la corona se hubiera formado con ella dentro del vientre materno y lo hace con firmeza y determinación.
Nació en Heidelberg, Alemania el 23 de diciembre de 1943 y fue bautizada como Silvia Renate Sommerlath y Soares de Toledo, este último, un apellido portugués que le aportó su madre, una beldad paulista que llevaba varios años casada con el empresario metalúrgico Carl Walther Sommerlath con quien vivía en Alemania. Es posible que su belleza sea herencia de la madre, pues, con toda seguridad el carácter le viene de sus genes alemanes, si hacemos caso a la fama del gentilicio. Con sólo dos años de edad regresó con su familia a Brasil, huyendo de los suplicios de la guerra y allí vivió hasta que cumplió 14 años; al regresar a Alemania estudio idiomas en Düsseldorf, se graduó en 1963 y consiguió trabajo en el consulado de Argentina en Múnich. Una vida sin mayores prisas.
silvia 002Múnich fue, entonces, la cuna de su buena suerte: participó en la planificación y organización de las Olimpiadas de Múnich 72 e hizo tan buen trabajo, que al año siguiente fue designada suplente en la jefatura de protocolo de los Juegos Olímpicos de Invierno, a realizarse en 1976 en Austria. No llegó a cumplir con la encomienda. En la Olimpiada de Múnich, la guapa azafata conoció al entonces Príncipe Carlos Gustavo de Suecia, heredero de su abuelo, Su Majestad Gustavo VI Adolfo, Rey de Suecia. Fue una de esas historias increíbles de amor a primera vista. Algunas personas que lo vivieron, cuentan que el Príncipe no escatimaba esfuerzos para agradar a la joven alemana y que ella correspondía con gusto. Poco después comenzaron un romance tórrido y subrepticio que fue muy difícil. El abuelo Rey tronaba en palacio y no estaba dispuesto a permitir ese noviazgo ni por todo el oro del mundo. Había que esperar que la providencia metiera su mano, o vivir eternamente como novios sin casa. Pues bien, la providencia metió su mano, en 1973 el Rey falleció y el novio de la azafata de Lufthansa, subió al trono. Quedaba solamente obtener permiso del parlamento y gobierno suecos y preparar el bodorrio. Tomó 3 años. En enero de 1976, Carlos Gustavo anunció públicamente sus intenciones de casarse con la alemana buenamoza y ella empezó a ser vista con frecuencia en los altos círculos de la aristocracia sueca. Un poco menos de dos meses antes de la fecha de la ceremonia, Silvia renunció a su trabajo y se mudó a Suecia. La boda se celebró con gran boato el 19 de junio de 1976 en la Storkyrkan, una iglesia del siglo XIII situada en el centro de Estocolmo. El día antes, Silvia pagó 1.15 coronas para obtener la nacionalidad, después de 38 días de residencia permanente (normalmente se obtiene la nacionalidad después de 7 años de residencia) Inmediatamente se convirtió en Reina Consorte de Suecia y comenzó su historia.
Ni ella ni su marido, el rey “de los suecos, los godos y los vándalos” tienen algún papel de peso en las decisiones políticas del Reino. Cumplen funciones meramente representativas entre las que cuentan, para ella, acompañar a su marido en viajes promocionales fuera del país. (Poco más; en Suecia, la reina es casi una aeromoza, es decir, le vino perfecto el empleo a Silvia) Sin embargo, no iba con la nueva reina un papel tan frívolo. Silvia habla seis idiomas y fue una excelente estudiante, además, el pueblo sueco la encontraba una mujer envarada, distante y demasiado Kunglig, sin tener una onza de sangre azul en sus venas. La reina entonces, decidió inventarse un “trabajo” y se puso a crear fundaciones a diestra y siniestra, destinadas a la protección de la juventud, los niños y los ancianos, fundaciones que tienen verdadero interés en la investigación científica para amainar los efectos de diversas enfermedades, entre ellas la dislexia, una enfermedad que padece su marido, el Rey. También aprendió lenguaje de señas, es fanática de las causas asociadas con discapacidades auditivas.
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Es una reina que trabaja, (según Palacio, de sol a sol) pero, tienen razón los que opinan que es un poco demasiado Kungling (monárquica) para ser plebeya. Se refleja perfectamente en su estilo personal: siempre se disfraza de reina. Siempre y a toda hora. Es más, siempre se disfraza de lo que ella cree es una reina. Eso no quiere decir que se vista mal. No, al contrario, lo que pasa es que tampoco se viste bien. Se viste de reina. Anticuada y recargada como deben verse las antiguas Bernadottes que cuelgan en los pasillos de Drottningholm. Sus reales armarios están repletos de trajes estilo sastre que son su mejor apuesta, usualmente realizados en telas contrastantes, lo cual seguramente le permite vestir la falda de un conjunto con la chaqueta de otro, sin que la prensa lo note. Así como parecen no notar sus frecuentes cirugías estéticas, para las que viaja a su amado Brasil, muy discretamente según dicen, una vez al año.  Sus momentos de gloria, sin embargo, se dan de noche: S M Silvia de Suecia no es pillada en falta, después de las 6 de la tarde, ni a la hora de su muerte. Muy pocas veces repite tenida, le encantan los armadores, las colas, los polizones, las telas brocadas y recargadas, los faralaos, los abrigos y los chales. Por suerte nunca lo usa todo junto. Lo que si usa son las joyas fabulosas de la corona. Posee las que quizás sean las tiaras más ostentosas (y bonitas) de la realeza mundial - la de los camafeos y la de amatistas y diamantes, entre varias otras, son realmente espectaculares – y adora ponerse collar, pendientes, brazaletes y broches de piedras preciosas a juego. Para La Reina, salir de noche no es una tontería y lo hace muy frecuentemente. Va a todo lo que la invitan (nunca ha faltado a una boda real, por ejemplo) y en esas ocasiones es siempre una de las que destaca, pues a diferencia de las que nacieron con la corona bajo el brazo, ella suele vestirse de Su Majestad y comportarse como tal. Está tan embebida de su papel en la corte, que ha confesado haber sufrido horrores por los amores de sus tres hijos con “gente del montón” olvidando que lo mismo debe haber pensado el abuelo – coronado de nacimiento – cuando su marido se enamoró de ella.
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