jueves, 21 de noviembre de 2013

Principe sin reino, el deslenguado Henryk


 Horas antes de que su esposa sacara a relucir sus tiaras historiadas y alguno de sus vestidos divertidos, que no hacen nada por disimular sus extraños gustos, él decidió permitir la publicación de una entrevista, ofrecida a uno de los diarios de mayor circulación danesa, en la que, palabras más, palabras menos, anunciaba un divorcio real y decía unas cuantas barbaridades que tenían a sus súbditos – los de su esposa, valga decir – desayunando con el escándalo untado en las tostadas. Su esposa aterrada, aunque no del todo sorprendida, salió corriendo a tratar de aplacar las aguas y Guillermo y Máxima de los Países Bajos se quedaron con una corona menos en su boda.  Una vez en casa, se logró poner orden en el estropicio mediático, pero fue una señal clarísima de que el príncipe consorte era de todo, menos  un hombre feliz.
Quizás no podía serlo; el diplomático francés Henri-Marie-Jean-André, Conde de Laborde de Monpezat, convertido en  S.A.R. el Príncipe Consorte Enrique de Dinamarca,  Conde de Monpezat;  desde que nació, en Talence, Gironda, Francia, el 11 de junio de 1934 estuvo preparado para ser un aristócrata tranquilo que sabia huir de sobresaltos dedicándose a una pasión cultivada desde siempre: la literatura; pero, realmente, no para  enamorarse de una princesa heredera, altanera e irrepetible, salir corriendo (el 3 de septiembre de 1966) en el primer vuelo a Copenhague, aceptar públicamente su enamoramiento y renunciar a su nacionalidad, su nombre, su religión y su lengua.  Habían planeado un matrimonio secreto después de conocerse en Londres, cuando él era secretario en la embajada francesa y caer rendidos de amor el uno por el otro; pero, ese plan escondido no fue posible: la prensa se enteró y el escándalo fue mayúsculo. Nadie estaba preparado para que algo así sucediera en la vida de la princesa.  No les quedo alternativa, se casaron el 10 de junio de 1967 delante de todos los daneses y con total aceptación de la Corte.  No obstante, el Conde francés, ahora convertido en Príncipe Danés, estaba completamente perdido, sin un trabajo formal al que dedicarse y empezando, quizás, a amontonar rencores.
Han transcurrido 37 años desde entonces y Henryk ha ido lentamente adaptándose a su destino irrenunciable de hombre de la casa del Palacio Real de Copenhague (Un divorcio de la Reina, a pesar de los pesares, es impensable)  contribuyendo seriamente al desarrollo cultural del país que lo ha asumido como propio, a pesar de cuentas pendientes que el deslenguado Príncipe, no ha vacilado en airear a los cuatro vientos y que muchos piensan es la causa principal de sus depresiones, más o menos recurrentes, que se resuelven mediante temporadas de refugio en su castillo de Caix, donde posee viñedos, cría animales y se dedica a estudiar para mantenerse alejado de la corte en esos días en que las cosas se ponen demasiado duras para soportarlas. Lógicamente, sus devaneos han levantado mucha roncha desde siempre, al punto de crearle conflictos con sus hijos e incluso con el alto gobierno (representado por su esposa SM La Reina Margarita de Dinamarca) a los que él hace lo posible por pasarles de lado.
Es un hombre de vastísima cultura y exquisita formación, habla seis idiomas, toca el piano con absoluta soltura, es un experto en temas como la agricultura, el negocio vitivinícola, el arte y la literatura, en la que no solo destaca como lector apasionado: ha compilado un par de antologías de poesía, un libro de memorias (bastante discreto para lo que se esperaba a tenor de su talante declarativo) y varias traducciones del francés entre las que destaca, por su enorme reconocimiento internacional, la traducción que realizó junto a su esposa, la reina, de la estupenda obra de Simone de Beauvior "Todos los hombres son mortales" .   Eso sin duda ha servido para que el Príncipe empiece a conseguir un nicho que lo sitúe al lado de la Jefe de Estado, convirtiéndolo en consejero y constante apoyo para  sus labores, aunque de forma bastante sosegada.
Uno de sus últimos arranques ha tenido que ver con la aprobación en referéndum de la equiparación de sexos en su Ley de Sucesión al trono. El Príncipe consorte, ni más ni  menos, ha pedido obtener su derecho (por encima de su hijo el heredero) a desempeñar labores de regencia, en reclamo de la igualdad con su esposa. Sin comentar el resultado de la votación, sus argumentos no pueden ser más claros: "Hay un hombre que se ha casado con una reina y espero que los varones alcancen condiciones de igualdad con las mujeres. Durante años he sido el número dos en Dinamarca, y es un papel del que estoy satisfecho. Pero no quiero, después de tantos años, verme degradado al tercer rango como un acompañante cualquiera, lo haría todo por Dinamarca, pero ¿por qué subestimarme y decepcionarme continuamente?".
El gran estallido ocurrió al cumplir 75 años, se marchó de Palacio y se instaló en su castillo de Caix, que es su propiedad personal, heredada de la familia y no se cuenta como propiedad de la familia real danesa, a donde fue necesario instalar un “consejo de familia” que hizo lo posible por darle un poco de paz a la depresión del Príncipe. Desde entonces, se le ve más, pero solamente en aquellas ocasiones en las que él desea hacerlo y sus obligaciones oficiales han disminuido notablemente, obteniendo total independencia para entrar y salir, viviendo a caballo entre Caix y Copenhague, para tranquilidad de todos, en especial de su esposa, a quien le toca capotear con paciencia lo que significa un respiro. Por lo menos el Príncipe ha renunciado a sus aparatosos uniformes de utilería y sus declaraciones destempladas, entre las que se cuentan, para  horror de los amantes de los animales, que alguna vez dijera que le gusta comer carne de perro y describiera ampliamente el gusto de dicha carne, la califico de “seca” comparándola con la de ternero. Para matizar, hablo del  amor incondicional de la familia real danesa a los perros de raza teckel. "Nunca decepcionan y no pueden cotillear", comentó; atreviéndose a decir que si creyese en la reencarnación, lo que más le atraería sería una nueva vida como teckel de la casa real. Todavía lleva bastante mal que sea su hijo el que lo sustituya en ocasiones oficiales, cosa que como es obvio, sucede cada vez más a menudo, dado su carácter de heredero. "Yo soy el Primer Hombre, no mi hijo. ¿Por qué debe ser todo tan complicado?", se preguntó, recordando que en Estados Unidos existe el título de Primera Dama. "¿Por qué no el de Primer Hombre?" fue su respuesta cuando tuvo que referirse justamente a esa situación.  Tal vez sin recordar que en Estados Unidos, La Primera Dama no sustituye al presidente en ninguna ocasión protocolaria en la que este no pueda cumplir.
En todo caso, al acercarse a la vejez, ambos han conseguido ir asentándose en una tranquila convivencia que le hace bien a la Corona, en momentos en que a un 25% de los daneses no les importa en absoluto el futuro de la familia real. Conscientes del importante deber que le corresponde vivir en la práctica, para disminuir esa brecha negativa, SAR Henryk Príncipe de Dinamarca, está aprendiendo a guardar sus comentarios inconvenientes dentro de lo que es norma en la realeza: la discreción absoluta. Si eso no lo hace feliz, por lo menos su historia siempre servirá para contarnos la de un amor que trascendió todos los requiebros de la juventud, del poder y de la vida misma.

Rey Vikingo, el empecinado Harald


Pocas veces, un hombre de su rango ha tenido que enfrentar tantos obstáculos para salirse con la suya y mantener su destino intacto, persiguiendo sueños tan disimiles como el amor de su escogida o conocer recónditos destinos. Quizás, se necesita una buena dosis de genética vikinga para lograrlo y él, a no dudarlo, la tiene bien guardada; seguramente, es esa sangre proclive a los excesos la que lo ha mantenido en el trono desde hace casi un cuarto de siglo, con pocos tropiezos y casi ningún escándalo.
Nacido en el Palacio de Skaugum, en Asker, el 21 de febrero de 1937, recibió el nombre de Harald, (que en español significa “heraldo”) y  su llegada al mundo significó la continuidad de la dinastía Gluksburg, instaurada en fechas relativamente recientes al frente del reino noruego, después que, menos de un siglo antes, se convirtiera de nuevo en reino Independiente. Fue designado Príncipe Heredero en 1957 y, en 1991, se convirtió en el hombre de la casa del Palacio Real de Oslo,  con el título de Su Majestad Harald V, Rey de Noruega, Soberano Gran Maestre de la Real Orden Noruega de San Olaf, Soberano de la Real Orden Noruega al Mérito y Jefe de la Iglesia Noruega.  Puede, si el caso muy improbable se diera, reclamar derechos de sucesión al trono de Gran Bretaña, pues es nieto de la Princesa Maud del Reino Unido, hija del  Rey  Eduardo VII del Reino Unido.  Es hijo de Su Majestad el Rey Olaf de Noruega y la Reina Marta, (nacida Princesa de Suecia) y está emparentado por lazos de consanguinidad, amistad entrañable e historia, con las monarquías escandinavas; además, posee el merito adicional de ser el primer Rey nacido en territorio Noruego desde 1370. Descendiente de una dinastía antiquísima, nacida probablemente en 993 con el Rey Harald I, gran defensor de los pequeños reinos vikingos de Noruega, territorios gobernados por caudillos absolutistas que tenían categoría de monarcas y que más adelante formarían lo que hoy se conoce como el Reino de Noruega. Harald I, rey de esos territorios desde 872 hasta 993, sentó las bases para la unificación de tales reinos (algunos tan pequeños como una urbanización de hoy) y para la actual división territorial del Reino de Noruega y su conformación como nación.
Es un Rey que gobierna y,  más que eso, es un Rey que disfruta de la aceptación casi unánime de un pueblo prospero y adelantado industrial y tecnológicamente, capaz de reconocer en él, un motor indetenible para la economía y el engrandecimiento de la nación.  El Rey y la familia Real están considerados un símbolo de estabilidad social y  continuidad política en situaciones turbulentas y, por encima de todo, un símbolo de unidad, desde que se mostraran especialmente “noruegos” durante la reconstrucción y reunificación surgida al finalizar la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial y su regreso al país del que habían sido obligados a huir.
Mientras que su padre, el Rey Olaf, su abuelo el Rey Haakon VII y los miembros principales del gobierno noruego se habían exiliado en Londres; el Príncipe Harald, su madre y hermanas, se trasladaron a Pool Hill, un pequeño pueblo de Maryland, en Estados Unidos, donde Harald empezó a hacer estudios primarios y perfeccionar su inglés. Finalizado el exilio y claramente movidos por el deseo de reconstruir instituciones nacionales devastadas por la guerra, la Familia Real regresó a Noruega y Harald ingresó en el Colegio Catedral de Oslo, donde realizó estudios en el área científica, graduándose en  1955, al tiempo que estudiaba idiomas (habla perfectamente Inglés, Francés y Alemán)  Al morir su abuelo, el rey Haakon VII se proclamó a su padre Olaf V, como Rey de Noruega y Harald como Príncipe Heredero. Seis días después, estrenó su nombramiento al asistir a su primera reunión del Consejo de Estado noruego. Al mismo tiempo emprendió una minuciosa formación militar en la Academia Militar Noruega, donde se graduó en 1959. Ha conseguido el rango de General del Ejército de Tierra y Aire y de Almirante de la Marina.
En algún momento de todo ese periodo de formación personal, el entonces Príncipe Heredero conoció a la modista de clase burguesa, Sonja Haraldsen. Una plebeya de toda plebeyitud, que ni siquiera tenía abundantes bienes de fortuna y no podía, por ningún motivo, aspirar al corazón del heredero.  Fue una relación completamente tortuosa, cuyos únicos antecedentes conocidos hasta el momento, habían dado al traste con el reinado de Eduardo VII en Inglaterra. El Príncipe heredero logró, después de 9 años de relación semi clandestina, casarse con la mujer de sus sueños; pero, para ello, hizo falta un empecinamiento rayano en la malcriadez. Tenía una carta bajo la manga: Las leyes noruegas impedían que la corona fuera heredada por mujeres, entonces, el Príncipe (se dice que ayudado por amenazas de suicidio de la devastada Sonja) amenazó con renunciar a sus derechos hereditarios y dejar la Monarquía sin sucesor. Fue una ocurrencia salvadora, al Rey Olaf, enardecido en contra de las aspiraciones sin sentido de Harald (“reservado” para la Princesa Sofía de Grecia, quien más tarde se convirtió en SM Sofía, Reina de España) no le quedó más alternativa que iniciar una ronda de consultas con el alto gobierno para detener la hecatombe.  A pesar de las separaciones (el Príncipe fue enviado al Balliol College de Oxford, donde estudió Ciencias Económicas, Ciencias Políticas e Historia durante dos años, 1960-1962 y Sonja enviada a Suiza, donde enfermó de melancolía) Harald se montó el mundo por montera y regresaron juntos a Noruega, donde el noviazgo morganático era un secreto a voces. La aprobación final se obtuvo, a pesar de los temores y recelos del rey Olaf V.
El matrimonio se celebró en agosto de 1968 con toda la pompa y boato de un matrimonio real, sin condiciones; Sonja, fue nombrada Princesa Heredera y, casi de inmediato, empezó a cumplir funciones de Primera Dama, pues el anciano Rey en ejercicio había enviudado poco antes. En Septiembre de 1971 nació la primera hija de la pareja, la princesa  Märtha Louise y el 20 de Julio de 1973, el Príncipe Heredero, SAR Haakon Magnus. Se da la casualidad que ambos se casaron con plebeyos. Ella con un famoso escritor noruego llamado Ari Behn y él con una atractiva rubia, algunos años mayor que él, madre soltera de un varón habido en una relación anterior muy poco explicada. Ninguno de los hijos tuvo que vivir la reprobación de las cortes, tanto El Rey Harald, como la Reina Sonja, los recibieron con brazos abiertos y bendijeron sus uniones sin resquicios de duda.
A sus 76 años de edad, Su Majestad Harald V de Noruega,  aun levanta pasiones (recientemente fue nombrado el más sexy de los monarcas europeos) aunque empieza a acusar achaques y dolores: la muerte de su hermana, La princesa  Ragnhild de Noruega, ocurrida el 16 de septiembre de 2012, le causó tal depresión que hubo de ser hospitalizado por problemas cardiacos, a pesar de su gran fortaleza:  El Rey es un gran deportista, participó en los Juegos Olímpicos de 1964, 1968 y 1972, en la especialidad de vela, ganando la Copa de Oro en 1968 y el Kieler Regatta en 1972. Practica la caza, el esquí y la pesca,  es presidente de la Asociación de Vela y forma parte del Comité Internacional Yacht Racing Union.
Junto a la Reina Sonja, forman una familia feliz, profundamente comprometida con el bienestar de un país tenido como el que ofrece uno de los más sólidos beneficios sociales a sus habitantes; según todos reconocen, producto del buen hacer del Rey y del gobierno parlamentario. No es poca cosa, en tiempos en que Europa se debate entre cambios radicales y miradas al pasado.
 

sábado, 9 de noviembre de 2013

Rey bendito entre las mujeres, el simpático Guillermo


Como su abuela y la mayoría de sus reales familiares, es un tipo cercano, afable,  decididamente preocupado por el bien común y educado para ponerlo en práctica desde un trono reservado, desde hace mas de cien años, a mujeres y, aunque quizás se sienta cómodo y protegido en su entorno, ha sido el encargado de romper temporalmente con el matriarcado, para ampliar su historia de transgresiones. Escogió como esposa a una plebeya extranjera y luchó por lograr que le aceptaran la difícil selección, ha ejercido libertades inusuales en un predestinado y es, probablemente, el menos estirado de los monarcas europeos, aunque no por eso el menos cumplidor de un deber ineludible, al que accedió con pleno sentido de responsabilidad, hace pocos meses.
Su Majestad, Willem Alexander Claus George Ferdinand van Oranje-Nassau,  Rey de los Países Bajos, Príncipe de Orange-Nassau, Principe de Lippe-Biesterfield, Marqués de Veere y Flesinga, Conde de Katzenelnbogen, Conde de  Vianden, Conde de Diez y Spiegelberg , Conde de  Buren, Conde de Leerdam , Conde de Culemborg, Vizconde de Amberes, Barón de Breda, Baron de Diest, Baron de  Beilstein, Baron de la ciudad de Grave y de las tierras de Cuijk, IJsselstein, Cranendonk, Eindhoven, Liesveld, Herstal, Warneton, Arlay y Nozeroy , Señor Heredero de Ameland, Señor de Besançon, Señor de  Borculo, Bredevoort, Bütgenbach, Clundert, Daasburg, Geertruidenberg, Hooge Zwaluwe, Señor de Lage Zwaluwe, Het Loo, Lichtenvoorde, Montfoort, Naaldwijk, Niervaart, Polanen, Steenbergen, Sint-Maartensdijk, Sankt Vith, Soest, Ter Eem, Turnhout, Willemstad y Señor de  Zevenbergen;  nació en la ciudad de Utrecht, Holanda,  el 27 de abril de 1967 y se convirtió en Su Majestad, Guillermo Alejandro de los Países Bajos, el pasado 30 de abril de 2013, por abdicación de su antecesora, su madre, la Reina Beatrix de los Países Bajos.  Fue entronizado el mismo día 30 en una emotiva ceremonia a la que asistieron los herederos de las Coronas Europeas, el gobierno nacional casi al completo y todo lo que “vale y brilla” tanto en los países bajos, como en sus territorios del Caribe. Desde entonces, es el hombre de la casa en el Palacio Real de La Haya, un trono de mujeres en el que no se sentaba un hombre desde 1830.

No le falta preparación, sus estudios primarios los realizó en una escuela protestante de La Haya, donde se relacionó con niños de su edad, de todas clases sociales, por exigencia de su madre, quien estaba segura que solo ese roce con la verdad social del país, podría darle una amplia perspectiva para entender los problemas y virtudes del pueblo sobre el que un día reinaría. Asistió luego al  Centro Educativo United World College of the Atlantic en Gales, donde se preparó para entrar a la universidad; entonces, comenzó su formación para ocupar el trono de Los Orange. Hizo una licenciatura y un máster en historia en la Universidad de Leiden,  estudios en ciencias económicas y sociales, orientando su interés a proyectos de administración internacional del agua. El Rey Guillermo Alejandro I  es miembro honorario de la Comisión Mundial del Agua para el siglo XXI y patrocinador de Global Water Partnership, un organismo creado por el Banco Mundial para la vigilancia y uso racionado de los recursos hídricos. En el terreno gubernamental, es miembro principal del  Raad van State, el Consejo de Estado de los Países Bajos;  dispone de una posición de Brigadier en el Ejército Holandés, es Comandante de la Armada y Comodoro de la Fuerza Aérea; además, es un consumado deportista.  Fue  líder del Comité Olímpico Holandés hasta 1998, cuando fue nombrado miembro del Comité Olímpico Internacional (COI), ha volado como voluntario para el "African Medical Research and Education Foundation" (AMREF) en Kenia y en 1991 trabajó como piloto durante un mes para el Kenya Wildlife Service. Ha participado en el maratón de New York, inscrito bajo el nombre de Willem van Buren (un apellido poco conocido de la familia real holandesa) y también en el maratón de patinaje sobre hielo de las Once Ciudades de Frisia.
Todo lo hace amparado en cierta expresión amable y bonachona que no abandona ni en los momentos de mayor solemnidad o contratiempo.  Tal vez, esa haya sido la virtud principal que exhibió cuando tuvo que enfrentarse a la Corte de los Países Bajos para convencerlos de la conveniencia de su matrimonio con Máxima Zorreguieta Cerruti (nacida el 17 de mayo de 1971), una bella mujer de nacionalidad argentina, con antepasados españoles e italianos, a la que conoció en New York, cuando ella se desempeñaba como agente de inversiones.  Fue, probablemente, la ocasión en la que Su Majestad, se vio envuelto en el mayor problema de su vida. Además de ciertos inconvenientes debido a la diferencia de credos, (Guillermo Alejandro es miembro de la iglesia reformada neerlandesa y ella es católica) el Parlamento Holandés descubrió que el futuro suegro del Rey, había desempeñado cargos de importancia en el gobierno criminal del dictador argentino Jorge Videla. Con esa información en mano, en un país que aun lamenta los horrores del nazismo;  la familia de la Srta. Zorreguieta era mucho más que una presencia incómoda, era una visita indeseable. El Primer Ministro, consciente de la posición irreductible del Heredero,  concibió una solución salomónica: La Srta. Zorreguieta se trasladaría a vivir a Holanda, bajo la protección y tutela de SM la Reina Beatrix, dejando atrás todo nexo familiar argentino y estos (los padres argentinos) no participarían en acto alguno de la corte.  El Señor Zorreguieta hizo unas breves declaraciones desde Argentina en las que aceptaba su “castigo” y se abstuvo de venir a la boda (Tampoco se le ha visto, nunca, en un evento oficial del gobierno Holandés, ni visitando en forma privada a su hija)  A pesar de ciertas crítica, más o menos fuertes, de sectores radicales que acusan a Máxima de haber obtenido la nacionalidad holandesa en tiempo record o cosas de ese talante, los hoy Reyes de los Países Bajos, se casaron el  2 de febrero de 2002, en una ceremonia que contó con la presencia de  una gran parte de las casas reales del mundo, el alto gobierno y la aristocracia del país.
Desde entonces son la viva estampa de la felicidad, han tenido tres hijas y parecen apoyarse constantemente el uno en el otro. Viajan con cierta frecuencia a Argentina (de manera completamente privada) y  ella ha ido ganándose poco a poco el corazón de los holandeses. Cualquiera que hayan sido los otros tratos surgidos al amparo de este “flechazo de amor” pertenecen a esa cosa relativa que rodea siempre las biografías publicas de los hombres que hacen la historia; en el caso de SM Guillermo Alejandro I, estas relatividades abundan. Por ejemplo, se ha dicho que puede ser el heredero de una inmensa fortuna. Ha existido siempre el mito de que sus antecesoras, las Reinas Guillermina, Juliana y Beatrix, eran las mujeres más ricas del mundo y, aunque no se ha podido demostrar fehacientemente, la verdad es que, según parece, tal mito no pasa de ser eso. Es posible que la Reina Guillermina fuera una mujer inmensamente rica, pero sus descendientes, en especial su hija, la Reina Juliana, no solo vendió una gran parte de los tesoros familiares en subastas no personales, sino que repartió y otorgó herencias y beneficios a una gran parte de la familia. Al ascender al trono la Reina Beatrix, se calculó que la fortuna que heredaba de su madre, rondaba los 240 millones de dólares, patrimonio que tuvo que compartir con sus hermanos y otros herederos. Por lo tanto, si bien no es un rey “pobre” (ninguno lo es) las voces que lo ponen a la cabeza de la lista Forbes, están muy equivocadas; básicamente, porque la Familia Real de los Países Bajos hace muchos años que no aparece en esa lista.
Su Majestad Guillermo Alejandro I, ha dedicado los primeros meses de su reinado a visitar a sus vecinos y amigos europeos, para estrechar lazos de conveniencia, ocasiones en se le ha visto bien dispuesto. Holanda navega las aguas calmas del equilibrio social y un hombre joven y enérgico ha llegado a la jefatura de ese estado. El futuro pinta inmejorable. ¡Dios Salve al Rey!

Príncipe consorte, el anciano Felipe


Puestos a hacer consideraciones, estaríamos hablando del decano de la nobleza europea, el príncipe con mayor rango, más anciano, de todos los que viven. Eso, sin embargo, solamente dibujaría un rasgo que no posee mayor importancia, si pensamos que  llegar, en buen dominio de facultades, a los 92 años, no es en  sí mismo un merito plausible. Los rasgos que sobresalen en este hombre, para nada ajeno a la controversia  y dueño de una vida sembrada de historia, tienen más que ver con lo que se ha dejado de decir, que con las anécdotas que han logrado confirmar su papel protagónico al lado de la más longeva de las Reinas en ejercicio activo.
 
Nacido, (Como príncipe de Grecia y Dinamarca) en Mons Repos, Corfú, Grecia, el 10 de junio de 1921, Su Alteza Real el Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, Conde de Merioneth, Barón Greenwich, Real Caballero de la Nobilísima Orden de la Jarretera, Extra Caballero de la Antiquísima y Nobilísima Orden del Cardo, Gran Maestre y Primer y Principal Caballero Gran Cruz de la Excelentísima Orden del Imperio Británico, Miembro de la Orden de Mérito, Compañero de la Orden de Australia, Miembro adicional de la Orden de Nueva Zelanda, Extra Compañero de la Orden del Servicio de la Reina, Real Jefe de la Orden de Logohu, Compañero Extraordinario de la Orden de Canadá, Comandante Extraordinario de la Orden de Mérito Militar, Caballero de las Fuerzas Canadienses, Lord del Honorabilísimo Consejo Privado de Su Majestad, Consejero Privado del Consejo Privado de la Reina para Canadá, Ayudante de campo Personal de Su Majestad y Lord Alto Almirante del Reino Unido, es el marido de SAR Elizabeth II, del Reino Unido de la Gran Bretaña, Reina y por lo tanto, hombre de la casa en Buckingham Palace. Es primo de su esposa, en tercer grado, descendiente directo de la Reina Victoria (como casi todo el Gotha europeo) pariente muy cercano de los desafortunados Zares rusos y primo, entre otros, de SAR Sofía de España y SAR Margarita de Dinamarca. Sin embargo, no es el más querido de los príncipes europeos y la suya, si hacemos caso a sus propias recriminaciones, ha sido la vida de un hombre al que le tocó vivir a la sombra de una esposa poderosa.
No obstante haberlo reconocido, (en una oportunidad dijo de si mismo que no era más que una ameba sangrante, el único hombre del Reino Unido al que no se le permitía darle su nombre a sus hijos, en referencia a la tenaz oposición que encontró en su suegra, La Reina María y por tanto en el gobierno inglés con Sir Winston Churchill a la cabeza, a la hora de pretender que el nombre familiar de la casa Windsor, se transformara en Mountbatten, su apellido ingles proveniente de Battemberg, el apellido noble de su madre alemana) Se ha valido de su posición y de la ciega confianza que la Reina ha puesto siempre en su recto proceder, para desempeñar un rol de verdadera importancia en el complicado entramado de la Casa Real Inglesa, habiéndose convertido, por virtud de sus múltiples compromisos con causas sociales y medio ambientales, en un miembro respetado y hasta cierto punto querido, de la monarquía inglesa.  Es patrocinador de unas 800 organizaciones, entre ellas los Premios Duque de Edimburgo y la World Wide Fund for Nature,  Rector de la Universidad de Cambridge y ex Rector de la Universidad de Edimburgo  y está dedicado, con esmero, a intentar que la humanidad tome conciencia de su relación con el medio ambiente, publicando artículos y dictando conferencias sobre el tema por  más de medio siglo.   No ha estado, sin embargo, alejado del escándalo; ciertas acusaciones lo persiguen levantando polvaredas de importancia sobre sus reales espaldas. La más recurrente y dañina de ellas: su pasado nazi.
Parece (todo es relativo en las biografías publicas de los personajes históricos) que lo tiene y lo tiene en serio. Existen numerosos estudios que lo sitúan muy cerca de partidarios de la masacre nazi e incluso, como protector de ciertos personajes nefastos para la historia de la humanidad; pero, ahondar en ello, significaría poner en riesgo el aura intachable de una Reina a quien la historia, cada vez más, pone en sitial de honor.  Además, significaría también enlodar el momento más valioso de la familia: su innegable buen talante ante los horrores de la post guerra (se sabe que la Reina utilizo talones de racionamiento para obtener materiales con los que confeccionar su vestido de novia) pero, no es difícil establecer la relación del espigado Príncipe de antepasados alemanes, con las predicas supremacistas de un movimiento que casi acaba con la buena fe de la humanidad. Él lo ha negado, aunque en los últimos años ha preferido callar ante las acusaciones. Su pasado probablemente se le antoja tan lejano como imposible de cambiar y seguramente ya se acostumbró  a vivir con él.
Otras acusaciones se han esgrimido para enlodar su nombre; en todas, aparece como la mano que mece la cuna. Es famoso su papel de maluco en los matrimonios fracasados de sus hijos mayores (la Duquesa de York lo acusa directamente de haber sido su enemigo más enconado y  todo el mundo parece estar de acuerdo en que su intervención en el proceso de divorcio de los Príncipes de Gales y posterior protección a “la otra” causaron gran desdicha a la queridísima Lady Di) nadie duda que la muy famosa “flema inglesa” tiene en el Duque de Edimburgo, una definición representativa. No es un hombre simpático,  para nada,  no ha logrado serlo ni siquiera en su vejez, y no está dispuesto a hacer concesiones que permitan un poco el relajamiento del pomposo y asfixiante protocolo de la Casa Real Inglesa, a la que ingreso por matrimonio en el año 1947 después de seis años de cortejo epistolar a la jovencísima princesa heredera del Reino Unido, después de haberse conocido cuando ella tenía 13 años, merced a una visita que esta hiciera acompañada de la Familia Real británica al  Britannia Royal Naval College, en donde Felipe terminaba su formación académica. Fue su guía, y de esa visita, surgió la correspondencia que mantuvieron hasta que él pudo, en 1946, pedir al Rey Jorge VI la mano de la heredera.  Contrajeron matrimonio el  20 de noviembre de 1947, para lo que tuvo que renunciar a su religión (la ortodoxa griega) y a su lealtad a Grecia. Lo que pudo haberle importado mas, sin embargo, es que al hacerlo perdía también sus títulos de Príncipe de Grecia y Dinamarca, obtenidos en su nacimiento. Para compensarlo, el Rey Jorge VI le concedió tratamiento de Su Alteza Real y lo nombró Duque de Edimburgo, Conde de Merioneth y Barón Greenwich ya que las leyes inglesas impiden al varón consorte de La Reina convertirse en Rey. Eso puede verse como un logro feminista, pero no lo es en absoluto. Todas las monarquías europeas tienen un Monarca a la cabeza. En todas se han ido ajustando las leyes sucesorias para permitirle a la mujer acceder al trono sin problemas de precedencia. Pero, en el caso de la existencia de un Rey varón, su consorte recibe titulo de Reina, con funciones idénticas a las de una Primera Dama. Tradicionalmente no sucede lo mismo con el hombre, no existe el primer caballero. Por lo tanto,  en todos los casos, el tratamiento que le corresponde (y que lo exime de derechos y deberes de gobierno, pero no de privilegios palaciegos) es el de Príncipe (consorte)
SAR  El Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, ha cumplido 92 años (66 de los cuales han transcurrido en armónica paz al lado de Elizabeth II – es un matrimonio del que no se puede decir nada un poco más romántico -) acusando numerosos achaques de salud al extremo de reducir un poco el volumen de sus compromisos oficiales, pues empieza a sentir que su memoria no es la misma. Aun así, su influencia es innegable y su presencia para los ingleses se ha dulcificado hasta ser la de un anciano abuelo al que se le van perdonando uno a uno los errores del pasado. Todo lo demás que puede decirse de él, ha sido dicho, es legendario su humor negro y ocurrente, plagado de “salidas” que dejan al interlocutor sin aliento; no es capaz de respetar, en el sentido más formal del término, ni a la más enferma de las ancianas, ni a los más queridos miembros de su familia. Parece odiar el protocolo, aunque se somete a sus mandatos sin mayor recelo y a lo largo de los años se ha convertido en un icono de estilo, comparable solo al hombre por cuya abdicación, su esposa llegó al trono.  Nunca ha tenido más poder que el de susurrar consejos al oído de la Reina, pero, nadie en su sano juicio, se atrevería a decir que eso no es verdadero poder.

Rey en estreno, el tímido Felipe



 No nació para ser Rey y pudo no haberlo sido, pero el destino de ciertos príncipes no puede desviarse. El suyo es un caso que, aunque no inédito, habla claramente de que también la monarquía, algunas veces, toma “los caminos torcidos de Dios”,  aunque sea imposible dudar de su legitimidad, en tiempos en los que no parecen existir ciudadanos suficientemente interesados en buscarle errores a la decisión que encumbró a este solitario, serio y estudioso Príncipe, al trono de un país en el que, los asuntos de la realeza, padecen día a día de mayor impopularidad. Puestos a analizarlo con mayor simpleza, tal vez lo suyo haya sido, nada más, un golpe de suerte. De un modo o de otro, lo que sí parece indiscutible es que esa sucesión de casuales eventos, han sellado la permanencia histórica, en línea directa, de la casa Witten  y la familia de Sajonia Cobburgo Gotta,  en el trono de Bélgica.
 
Nacido como Philippe Léopold Louis Marie de Saxe-Cobourg et Gotha en Bruselas el 15 de abril de 1960, Su Majestad, Felipe, Rey de los Belgas, Duque de Bravante,  Caballero de la Orden de Leopoldo  y Soberano Gran Maestre de la Orden de Leopoldo II, es el más nuevo de los reyes europeos y, probablemente, el que llega al trono con la mayor preparación, hasta ahora. En él, se da la particularidad de haber sido escogido a dedo por un Rey que no logró tener descendencia, para ser el hombre de la casa en el Palacio de Laeken; un rol que es vital para el desarrollo de la vida política de un país, cuyo gobierno “civil” siempre ha sido un quebradero de cabeza. Bélgica tiene una monarquía hereditaria constitucional y aunque el Rey no gobierna, disfruta de inmunidad: son sus ministros quienes responden por sus actos. Ningún acto del Rey puede tener consecuencias sin el referendo de un ministro y por lo tanto, el soberano está por encima de religiones e ideologías, por encima de persuasiones políticas y debates, y por encima del interés económico; como tal, es el único que puede asegurar la imparcialidad necesaria para formar gobierno, ya que al mismo tiempo el Rey es el guarda de la unidad del país y su independencia.
Esa es la tarea, monumental, que asumió el pasado 21 de julio de 2013 en una ceremonia de sencillez extraordinaria en la que destacaron dos detalles de importancia: no hubo invitados extranjeros y se dio mayor importancia al Día Nacional que a los actos propios de la coronación. En consonancia con su enorme timidez, Felipe, ha tenido que andar un largo trecho para alcanzar un trono que ha sido suyo desde hace por lo menos 20 años.

SM Felipe, Rey de los Belgas, es el hijo mayor del Rey Alberto II de los Belgas y la Princesa Paola Ruffo di Calabria, quienes fueron la pareja de príncipes más escandalosa de los locos 60´s, tiempos en que Bélgica despertaba de los horrores de una guerra que se antojaba cercana, bajo la mano católica y conservadora del Rey Balduino, el hermano mayor de Alberto y su piadosa esposa, Fabiola de Mora y Aragón, una española respingada y rezandera, a quien la naturaleza les negó la posibilidad de reproducirse.  Por alguna razón - probablemente divina - Fabiola sufrió una sucesión de abortos que desgastaron su salud y terminaron para siempre con sus deseos de ser mamá. Eso hizo que centraran sus esperanzas en  Felipe, el sobrino primogénito que tendría la posibilidad de heredar la corona. Lo hicieron con verdadera pasión de padres,  en tiempos en que Paola y Alberto, padres del pequeño príncipe, no estaban a la mano para ocuparse de su formación, probablemente por encontrarse de fiesta.  Recibió  entonces la exquisita educación de un heredero: Letras, en francés y flamenco, formación militar en la Real Escuela Militar donde se licenció en 1981,  estudios universitarios en el Trinity College de la Universidad de Oxford y en la Escuela de Posgrado de la Universidad de Stanford, en los Estados Unidos, donde  realizó un Máster;  además de una precisa formación en historia de Bélgica, (dicen que pocos conocen esa materia mejor que él) y en temas relacionados con el comercio internacional y la representación de su país ante organismos internacionales, un asunto crucial dado que Bruselas es sede la Comunidad Europea.
En 1993 ese tío cariñoso, con quien tenía una relación más cercana que con su padre, murió intempestivamente;  Felipe, entonces de 33 años, ha debido subir al trono, como era el deseo del Rey que lo consideraba su heredero – no oficialmente -  pero, Alberto, hermano del Rey Balduino y legal heredero de un soberano que moría sin descendencia, fue proclamado Rey en un movimiento que muchos consideraron un robo de los privilegios del hijo, quien debió esperar  20 años para satisfacer el deseo de un monarca al que se le recuerda con inmenso cariño. 20 años que no siempre fueron fáciles y que han sido empañados por una fama, quizás injusta, de príncipe blandengue, poco apto para desempeñar  las delicadas funciones de Jefe de Estado.
Tal vez  sean rumores sin fundamento y ciertamente, no los únicos que ensucian su buen nombre. Hace un par de años un periodista belga publicó una biografía no autorizada en la que aseguraba que el nuevo Rey mantuvo, por años, una relación amorosa con el Conde Tomas de Marchant, y que  su padre, el Rey Alberto, lo había obligado a casarse con la Condesa Matilde d'Udekem d'Acoz para proteger el buen nombre y la permanencia de la dinastía.  Realmente nunca se sabrá la verdad sobre un chisme que, a todas luces, es por lo menos sensacionalista y mal intencionado.  Sin embargo, la amistad con el Conde existió (o existe, discretamente) y fue, según todos dicen, muy cercana  y dependiente. Una amistad que, al parecer, nunca fue vista por buenos ojos en el estricto catolicismo del palacio de Laeken: El Conde Thomas de Marchant no fue invitado a la boda del príncipe y su presencia en asuntos de la corte ha sido prácticamente anulada.
Entre tanto, SM está casado desde el 4 de diciembre de 1999 con la Condesa Matilde d'Udekem d'Acoz, la nueva Reina de los Belgas. No es solo una mujer inmensamente popular, también fue la protagonista del último gran evento de la Familia Real Belga: una boda celebrada con todo el boato del mundo en los tres idiomas del país: flamenco, francés y alemán, en la Catedral de San Miguel y Santa Gudula, en Bruselas. Con ella procreó 4 hijos, queriendo la casualidad que la primera sea una hembra, la Princesa Elizabeth, lo que ha obligado un cambio en las leyes sucesorias a fin de permitir que se convierta en la primera mujer en ascender al trono de los belgas.
El camino hasta el cumplimiento con su destino no ha sido fácil; en fechas recientes, Bélgica ha completado 541 días sin gobierno oficial, debido a la imposibilidad de lograr un entendimiento político entre flamencos y valones, tarea que le tocó enfrentar al Rey Alberto II y que podría reeditarse en las próximas elecciones parlamentarias, previstas para febrero de 2014. En ese momento, se podrá ver si los problemas fiscales de SM la Reina Fabiola, los escándalos de su hermano el Príncipe Lorenzo, o su propia carga de maledicencias, habrán podido hacer mella en su desempeño como séptimo Rey de una monarquía de carácter popular afincada, sobre todo, en los ciudadanos de un país que parecen sentir poquísimo afecto por una Casa Real cuya credibilidad está bastante deteriorada. Es deber de Vuestra Majestad restituir todo lo perdido, hay muchos que apuestan a que es posible.

martes, 5 de noviembre de 2013

Gran Duque poderoso, el millonario Enrique


Su inmensa fortuna es, posiblemente, el secreto peor guardado de la realeza europea; también, el chisme más jugoso que sobre alguna testa coronada se mantiene permanentemente. En todo caso, es el rasgo de personalidad que mejor lo define, aunque de él pueden decirse muchísimas cosas. Que es un Jefe de Estado en toda regla, por ejemplo, o que mantiene,  sin dificultad alguna, una familia ejemplar a la que se ha dedicado por completo. Es el Gran Duque de un pequeño estado europeo sobre el que los ojos fiscales del mundo se posan con frecuencia, dada su fama de paraíso fiscal y es, a no dudarlo, el miembro de la realeza europea al que se le han dado mejor las cosas.
Nacido el 16 de abril de 1955 en el Castillo de Betzdorf, en Luxemburgo, SAR Henri Albert Gabriel Félix Marie Guillaume de Nassau,  Gran Duque de Luxemburg, Duque de Nassau, Príncipe de Borbón-Parma, Conde Palatino del Rin, Conde de Sayn, Conde de Königstein, Conde de Katzenelnbogen, Conde de Diez, Vizconde de Hammerstein, Señor de Mahlberg, Señor de Wiesbaden, Señor de Idstein, Señor de Merenberg, Señor de Limburgo y Señor de Eppstein es el actual hombre de la casa Nassau,  Jefe de Estado de uno de los países mas prósperos, más pequeños y más celosamente protegidos del mundo.  Enrique, hijo de SAR Juan, Gran Duque de Luxemburgo y de su esposa, la Princesa Josefina Carlota de Bélgica, reina sin oposición aparente desde el año 2000, fecha en que su padre abdicó en su favor y hasta los momentos, nada ha alterado su talante serio, discreto y absolutamente monárquico, seguro como está de tener firmemente atadas las riendas de la abundancia. No lo ha hecho sin esfuerzo. Considerado el mejor embajador de su país, es un incansable promotor de las oportunidades de inversión que ofrece el Gran Ducado y un comprometido defensor de causas sociales y  deportivas  a favor de los habitantes del país con la renta per cápita más alta de la Unión Europea (30.000 dólares) en el que no hay pobreza, no hay desempleo y, hasta donde se sabe, no hay indignados.
Es, además, un Jefe de Estado con todas sus letras; a pesar de que, como en toda Europa, la suya es una monarquía constitucional, sus deberes como cabeza de gobierno no son meramente protocolarios: SAR Enrique, tiene el poder constitucional de designar al Primer Ministro, exigirle la formación del gobierno (ante lo que tiene poder de veto) disolver la Cámara de Representantes, promulgar leyes (puede incluso gobernar por decreto, derecho del que no se tiene constancia que haya ejercido) y acreditar embajadores, una función totalmente representativa (de nuevo, no existe registro de que haya rechazado las cartas credenciales del representante de ningún país) y al que se entrega con fruición. En Luxemburgo se considera al Gran Duque, el mejor canciller que país alguno pueda tener.  Amo y señor del hermoso castillo de Berg, vive en Luxemburgo rodeado de una familia formada por 4 apuestos príncipes y una bonita princesa, que encarnan la viva imagen de una familia de cuento de hadas, a pesar de ciertos “traspiés de juventud” cometidos por uno de los más jóvenes vástagos. 
Esa vida regalada no siempre ha tenido la inmaculada prestancia de los que nacen predestinados. Educado entre Luxemburgo y Francia, SAR hubo de matricularse en la Universidad de Ginebra bajo un nombre falso (se hacía llamar Enrique de Clairvaux) para evitar el escrutinio público al que eran sometidos sus pasos y obtener, de esa forma, un flamante título de Licenciado en Ciencias Políticas, gracias a su tesis sobre  Tratados Internacionales en Constituciones en los Países de la Comunidad Económica Europea. Eso además, le valió un puesto en el Consejo de Estado y un poco más tarde, la oportunidad de convertirse, a solicitud del gobierno, en presidente del  Comité de Desarrollo Económico. Para redondear una formación tenida por impecable, SAR es oficial de la Academia Militar de Sandhurst (Inglaterra) y ha estudiado varios cursos de especialización en asuntos económicos, en prestigiosas universidades norteamericanas.  Formado y entrenado para merecer la conducción de los destinos de su país por herencia familiar, Enrique casi ve irse todo al traste por una razón tan simple, e ingobernable, como el amor. Estudiando Ciencias Políticas en la Universidad de Ginebra, conoció a una joven y rica muchacha nacida en la provincia de Macanao, La Habana, Cuba,  llamada María Teresa Mestre y Batista, que seguía su mismo curso de estudios. Se enamoraron perdidamente. Fue un pequeño escándalo, ocurrido en tiempos en que tales uniones no eran  ni frecuentes, ni bien vistas.  SAR La Gran Duquesa Josefina Carlota, horrorizada por los escándalos aun recientes de su propia familia belga, se opuso tenazmente a las pretensiones de su hijo el heredero y luchó, con estrategias soterradas, para impedir el matrimonio. No lo consiguió y eso supuso un distanciamiento, del que se habla muy poco, de su hijo.  Contra viento y marea, el 14 de Febrero de 1981, SAR El Príncipe Heredero contrajo matrimonio, en la catedral de Santa María de Luxemburgo,  con “la cubana” (como la llamó su suegra mientras vivió) su única novia oficial y - según dice todo el que los conoce aunque sea de lejos - el gran amor de su vida.
Es un hombre de pocos escándalos (en realidad no se le conoce ninguno) y de proceder apegado a una profunda convicción religiosa, aunque parezca incoherente. Alegando problemas de conciencia, por ejemplo, en 2008 vetó una ley que regulaba la eutanasia  y se negó a firmarla, a pesar de haber sido aprobada por la Cámara de Representantes a principios de ese año. Le valió el castigo de sus legisladores: El Parlamento decidió votar una ley que limitaba los poderes del Gran Duque impidiéndole volver a vetar ley alguna. No obstante, recibió el reconocimiento del Vaticano, en forma del Premio Van Thuan a su “compromiso en defensa de los derechos humanos, especialmente el derecho a la vida y a la libertad religiosa", cosa que parece haber amainado el disgusto que le supuso la reacción del liberal parlamento Luxemburgués. Así y todo, es un hombre de  muchos escondrijos. Sobre él siempre pesará la sospecha de que su inmensa fortuna personal, valorada en 1.700 millones de dólares, no ha sido del todo bien habida, aunque una buena parte de ella repose más bien en obras de arte invalorables (se le considera el poseedor de una de las colecciones de arte más valiosas del planeta) y propiedades históricas heredadas de generaciones muy antiguas. No obstante, es probable que el bien guardado secretismo que Luxemburgo ofrece a las abultadas cuentas de billonarios venidos de todas partes del mundo, contribuyan de algún modo a incrementar el gigantesco patrimonio personal del hombre más rico de la nobleza europea.

Rey sin cartera, el primo Carlos Gustavo



Es el primo Carlos,  único monarca europeo que, consanguíneamente, está verdaderamente emparentado con todas las familias reales de Europa y, sin embargo, es el que menos responsabilidades de gobierno ostenta. Desempeña un papel estrictamente protocolario y simbólico, no tiene voz ni voto en las decisiones importantes de la vida del país y, si se le consulta sobre algún tema de estado en particular, se hace por razones de elemental cortesía. Es famoso su comentario indiscreto, hecho al amparo de una declaración apurada en el medio de un torbellino periodístico, en el que se le preguntó su opinión sobre la aprobación de determinada ley de importancia para el desarrollo económico del país, ante lo que el Rey respondió alegremente, “¿ya la aprobaron? Pues bien, tendré que leerla”.  No obstante, es un hombre muy querido por sus súbditos, tiene fama de generoso, cara de buena gente y galanura para dar y repartir.
Es SAR Carl Gustaf Folke Hubertus Bernadotte Sajonia Coburgo Gota, Rey de Suecia, Duque de Jämtland y Príncipe de Sajonia Coburgo Gota; o mejor dicho, Su Alteza Real, Carlos XVI Gustavo de Suecia, por la gracia de Dios Rey de Suecia, de los Godos y los Vándalos. Nació el 30 de abril de 1946 en el Palacio de Haga, en la población de Solna, fue bautizado en la Capilla Real apadrinado por  Federico IX de Dinamarca, Olaf V de Noruega , Juliana de los Países Bajos y Gustavo V de Suecia;  heredó el titulo de su abuelo, el Rey Gustavo VI Adolfo, al morir este, el 15 de septiembre de 1973, pues era el  único hijo varón del príncipe Gustavo Adolfo de Suecia, muerto en un accidente de aviación en Dinamarca en 1947, y de la princesa de origen alemán - sueco Sibila de Sajonia-Coburgo-Gotha, fallecida en 1972.  Eso lo convierte en uno de los reyes con mayor cantidad de sangre azul en el exclusivo Gotha Europeo y hombre de la casa Bernadotte. Fue criado y educado en palacio, en las afueras de Estocolmo y para combatir su severa dislexia, (enfermedad que lo ha acompañado públicamente toda su vida y heredó en menor grado su hija, la princesa heredera Victoria) se hizo un notable deportista, gran amante de las actividades al aire libre y destacado Boy Scout, movimiento del que ostenta la jefatura honoraria en su país. A pesar de eso, siempre se ha dicho que vive un poco “despegado” de la realidad que acontece en el día a día de la nación y el mundo, aunque para acallar un comentario que, si bien mal intencionado, puede tener mucho de cierto, se ha obligado a sí mismo a desempeñar algunas funciones representativas que trasciendan la simple condición de reclamo turístico. Ha sido parte de algunas delegaciones olímpicas (le tocó ser testigo de la tragedia de Múnich 1972, donde además conoció a su esposa la Reina Silvia) es asiduo representante en foros internacionales sobre turismo y posibilidades de inversión en su país y es una autoridad mundial en el tema medioambiental.
En realidad no tiene poder alguno; Suecia es el país que tiene la más desarrollada e igualitaria democracia del mundo, no obstante, el papel de Jefe de Estado, reservado al Rey, se considera que tiene carácter unificador y simbólico.  Es un hombre querido y bastante respetado, a quien se le considera una especie de guía por quien se profesa  cercano afecto. Muy poco dado a escándalos y de muy limitada exposición publica, ha llegado a reconocer que su familia ha tenido “dificultades económicas” al punto de que, hace pocos años, protagonizó una pequeña trifulca palaciega al poner en venta ciertos tesoros personales (joyas y algunas obras de arte de su propiedad) para poder ingresar efectivo a caja. Se resolvió sin dificultad, pues bastó con demostrar que los objetos a la venta eran suyos de toda propiedad; eso no lo puso a salvo de ser objeto de investigaciones que revelaron un manejo poco ortodoxo de negocios inmobiliarios con los que ha multiplicado su fortuna personal, (no de las más abultadas de la nobleza europea: se calcula en alrededor de unos 26 millones de Euros y sigue creciendo) Ha sido tal vez la segunda ocasión en la que su nombre, muy a pesar suyo, estuvo sonando en las secciones menos halagüeñas de la prensa del corazón.
La primera fue por causa del amor y ante eso, no escatimó fuerzas en dar la pelea del siglo. Asistiendo, como abanderado de Suecia, a los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972, conoció a una asistente de relaciones públicas de la organización olímpica, una mujer discreta y muy guapa, de origen alemán-brasilero, de la que se enamoró irremediablemente casi al instante. No fue fácil; su abuelo lo consideraba un partido casadero para cualquiera de las princesas a quienes la post guerra había dejado huérfanas de reino, pero no de títulos ni fortuna y a uno de esos destinos estaba encaminado su futuro. Silvia Sommerlath, entonces, era para el estirado abuelo sueco, una piedra de proporciones escandalosas en el camino de su nieto a un “buen matrimonio”. Carlos Gustavo, entonces principe heredero, no se amilanó; echo mano de la fuerza que da el amor e hizo  todo lo que tuvo en sus manos para demostrarle, primero a Silvia, y luego a su encopetada familia y temeroso pueblo sueco, que sus intenciones eran lo mas serio de este mundo. Testigos de esa historia intima del actual soberano sueco, no dudan en afirmar que lo suyo fue un autentico flechazo.  Lo consiguió: el 19 de junio de 1976 se casaron en la Catedral de Estocolmo y desde entonces se les reconoce como una de las parejas más solidas y mejor avenidas de la realeza europea. Tienen tres hijos: SAR La Princesa Heredera Victoria de Suecia, Duquesa de Västergötland; SAR Carlos Felipe de Suecia, Duque de Värmland;  y SAR Magdalena de Suecia, Duquesa de Hälsingland y Gästrikland.
Proviene de un linaje muy antiguo, La Casa Bernadotte (su familia de nacimiento) traza sus orígenes de casta y sus derechos dinásticos sobre el trono de Suecia y otros reinos escandinavos, desde por lo menos el año 1809, aunque la monarquía existe desde el siglo I y de varias formas se le emparenta.  Él está muy consciente de tal responsabilidad y aunque defiende la modernización de las instituciones dinásticas,  es al mismo tiempo un defensor a ultranza de hacer las cosas a la manera monárquica. No vio con buenos ojos la unión matrimonial de su hija, la heredera al trono, con un desconocido comerciante dueño de gimnasios proveniente de una familia de profesionales comunes y corrientes (a quien terminó aceptando sin reservas, después de años de escrutinio) y ha censurado los retozos “suecos” de su hijo Carlos Felipe con varias modelos y actrices escandinavas. El matrimonio de su hija Magdalena con un banquero millonario norteamericano, lo aceptó de mejor modo al enterarse de que el pretendiente renunciaba a cualquier titulo, tratamiento especial y/o derecho sobre “la casa”
Serio, adusto y tan trabajador como su papel se lo permite, SAR Carlos XVI Gustavo de Suecia es fundamentalmente un hombre de familia,  ocupado en destacar la importancia de su país como destino turístico y en la promoción de la inversión extranjera; apoya diversas causas sociales y es incondicional del movimiento Scout, cuyo uniforme viste orgullosamente, por lo  menos, una vez al año. Como un intento profesional de mantenerse en sintonía con lo que sucede fuera de los muros de Drottningholm, uno de los más hermosos palacios europeos, SAR asume cuanta tarea se le encomienda con el mejor talante: el de un Rey con corona y sin mucho oficio por hacer.

Príncipe Soberano, el sereno Alberto


Hay más de un estudioso que afirma que SAS Alberto II de Mónaco, tenía tan poco afecto por su padre, Rainiero III de Mónaco, que lo dejó morir convencido de que las mujeres ocupaban el último puesto en sus preferencias románticas (mucho se ha dicho sobre las tortuosas relaciones personales de SAS Rainiero III y su bellísima Princesa Grace y eso quizás explique el desafecto del hijo, si es que lo hubo) lo cierto es que, a juzgar por los resultados, quienes estaban completamente convencidos de la “defectuosa” masculinidad del Príncipe, han debido recoger sus afirmaciones tras hacerse pública la parte que le toca en los escándalos de la familia: Hijos ilegítimos, incontables romances plebeyos y un matrimonio tardío, sombreado por escabrosas historias de infidelidades y malos tratos, es el retrato más conocido, y jugoso, del hombre de la casa Grimaldi, o lo que es lo mismo, el jefe del pequeño estado Mediterráneo conocido como Principado de Mónaco.
Nacido el 14 de Marzo de 1958 en Mónaco, Su Alteza Serenísima,  Albert Alexandre Louis Pierre Grimaldi, Príncipe Soberano de Mónaco, Marqués de Baux,  Duque de Valentinois, Conde de Carladès, Conde de Polignac, Barón de Calvinet y de Buis, Señor de Saint-Rémy y de Matignon, Conde de Torigni, Barón de Saint-Lô, de La Luthumière y de Hambye, Duque de Estouteville, de Mazarin y de Mayenne, Príncipe de Château-Porcien, Barón de Massy, Conde de Ferrette, de Belfort, de Thann y de Rosemont, Barón de Altkirch, Señor de Issenheim, Marqués de Chilly, Conde de Longjumeau y Marqués de Guiscard, es el jefe absoluto de un estado tan pequeño como cualquier ciudad europea de mediano tamaño, considerado por casi todo el mundo la cuna misma del glamour, el lujo, el escándalo y la corrupción. Anda por ahí con el único título de Su Alteza Serenísima Alberto II de Mónaco y aunque haya tratado de ponerle seriedad a los interminables centímetros de prensa que los devaneos amorosos de sus hermanas le han dado a la prensa rosa del planeta, no pudo escapar a un destino que persigue a una familia de guerreros astutos que remonta su genealogía, y sus derechos dinásticos, hasta el año 1297. Alberto, el serio y, de algún modo cínico, representante de una casa real que se empeña en ser normal fuera de los muros del elegante palacio Grimaldi, es, por ejemplo,  padre de dos hijos nacidos fuera del matrimonio que, aunque reconocidos, no podrán heredar los títulos del padre, ni ocupar puesto alguno en la línea sucesoria, pues la ley monegasca lo prohíbe (heredaran una porción de su fortuna personal) tienen hoy 10 y 16 años y son hijos de la aeromoza togolesa Nicole Valérie Coste (recibió los nombres de  Alexandre Eric Sthepane) y de la joven norteamericana Tamara Jean Rotolo (la niña fue llamada  Jazmín Grace Rotolo, aunque está oficialmente reconocida como Grimaldi y vive en California)
Aventajado deportista y poco amigo de las fiestas interminables o la excesiva exposición mediática de la que hacen gala sus hermanas (las princesas Estefanía y Carolina) ha participado en las Olimpiadas de Invierno de 1988, 1992, 1994, 1998 y 2002, fue abanderado de su país en los Juegos Olímpicos de Verano de Barcelona y ha desempeñado no pocas labores diplomáticas de estado, entre las que destaca la representación del principado en ocasión de su ingreso a la Organización de Naciones Unidas (1993) y al Consejo de Europa (2004). Sus áreas de influencia no se detienen allí: se le reconoce como un aventajado empresario con amplios intereses en el muy próspero negocio inmobiliario monegasco, es uno de los propietarios de la red social Yoctocosmos y es miembro, por derecho propio,  del Foro Económico Mundial, sitial al que accedió debido a sus vastos conocimientos en materia de inversiones, razón de ser del pequeño estado que regenta (según parece con mano de hierro, suavizada por cierta prestancia sonreída que lo hace un príncipe apuesto y relativamente cercano) y que mantiene desde su fundación, la amenaza de volver a ser anexado a Francia, si llegara a romperse la dinastía reinante; es decir, si alguno de los príncipes soberanos muriera sin descendencia legitima.
Ese es, entonces, su talón de Aquiles. Casado desde hace un par de años con la bella ex nadadora olímpica surafricana Charlene Wittstock, a los 55 años de edad SAS no ha tenido hijos que puedan acceder al trono y legitimar sus derechos dinásticos; más aun, su genuino interés en mantener el estatus independiente y soberano del Principado, una cuestión espinosa que duerme sobre los laureles de un pacto de caballeros que podría despertar en cualquier momento, alborotando lo que se presume es la gran intriga palaciega: ¿Quién heredará el principado, si Los Príncipes no producen un descendiente? Todo apunta a que la mano – poderosísima – de la hermana mayor, es la que mueve esa cuna en particular, apuntando tal honor a su hijo mayor, Andrea Casiraghi, nacido en la legitimidad de su malogrado matrimonio con el rico industrial Italiano Stefano Casiraghi. Aunque Andrea no posee título alguno (un fuerte indicativo de que Alberto no está del todo ganado a la idea, pues no se lo obsequió ni en ocasión de su reciente matrimonio) sí posee, o podría poseer, el derecho sucesor que otorga la legitimidad. Antecede a los hijos de su tía, la princesa Estefanía, en permanente pleito con su hermana, Carolina, debido a sus constantes devaneos con hombres guapos, sin fortuna y muy mal portados; pero, “uña aporreada” de un hermano que, según buenas y malas lenguas, no ha logrado ser doblegado por la obstinada dureza de Carolina, implacable, elegantísima y hermosa “mano negra” de palacio.
De cualquier manera, SAS Alberto II de Mónaco, parece tener fuertemente agarradas las riendas del país. Sin poderes civiles o militares que le hagan realmente sombra, es vox populi que su poder, omnímodo, tiene tentáculos dispuestos en cada uno de los excelentes negocios que lo mantienen en primera línea de la geografía económica internacional y que lo hace con la misma hierática sonrisa con la que reparte juguetes en navidad, Premios en el Grand Prix, bandas en el Festival de Circo, lisonjas en el Baile de la Cruz Roja (junto al baile de la Rosa, un evento más popular que la fiesta nacional) y saludos desde el balcón en el día de Santa Devota, patrona del principado y como no, fiel protectora de su buena estrella.
Por lo pronto, gobierna desde hace 8 años y las cosas no le van mal; ha perdido el cabello y su cintura no puede disimular el paso de años vividos en la opulencia. El tiempo se ocupará de poner las cosas en su lugar, como suele suceder. Pero, si no se apura en producir descendencia, tendrá que hacerlo en educar a su sobrino, un muchacho díscolo y con aspecto de no querer meterse en problemas, en cuyos hombros reposa, tanto la esperanza de su madre, como las de un estado que es soberano, aunque no tenga ni un centímetro cuadrado de sereno.