viernes, 25 de octubre de 2013

Fotografía histórica


Sucedió, por primera vez en casi 120 años, en ocasión del bautizo de SAR George, Príncipe de Cambridge: 3 futuros Reyes de Inglaterra han posado junto a la actual soberana en una fotografía que tiene carácter de documento histórico y único. Posiblemente no suceda nuevamente hasta dentro de mucho tiempo.
Se trata de una de las fotos oficiales del bautizo, en la que se ve a SM La Reina, sentada en el centro de la imagen, tras ella SAR Carlos, Príncipe de Gales al lado de quien se encuentra SAR El Duque de Cambridge, Príncipe Guillermo quien tiene en sus brazos a SAR EL Príncipe de Cambridge. Pues bien, los tres hombres presentes en esa fotografía, algún día reinarán en Inglaterra. Ese  documento de importancia histórica, sólo se había conseguido anteriormente en 1894, en ocasión del bautizo de quien se convertiría en el rey Eduardo VIII, en aquella  instantánea aparecían, en el centro de la imagen, el bebé (Eduardo VIII) junto a su padre, el que sería después Rey Jorge V; su abuelo, el futuro Eduardo VII, y su bisabuela, la anciana reina Victoria, mirándolo fijamente.
Los tiempos han cambiado, como no,  lo que no parece cambiar son las coincidencias. Una anciana reina que no parece estar lista para dejar su trono y tres hombres que aseguran la continuidad tan deseada. Todo parece indicar que el Siglo XXI continua su marcha para quienes son, sin duda, una de las monarquías mas solidas de Europa. ¡Dios Salve a la Reina!

Detalles de una ceremonia con lustre




Tras haber levantado la expectación justa de un evento menor, pero no poco importante, el Miércoles 23 de Octubre, haciendo gala de la proverbial puntualidad inglesa, siendo las 3:45 de la tarde, dio inicio la ceremonia privada en la que el Obispo de Canterbury,  Justin Welby, asistido por el deán de la Capilla Real, el reverendo Richard Chartres y el sub-decano de la Capilla Real, el reverendo William Scott, bautizaron a SAR George, Príncipe de Cambridge para recibirlo en el seno de la Iglesia Anglicana, religión de la familia real (creada por uno de sus más antiguos ancestros, Enrique VIII,  para poder romper con la austeridad preceptiva de Roma y divorciarse sin remordimientos de una de sus siete esposas) de la que él será cabeza algún día. No es pues un evento banal: para el pequeño Príncipe, es en realidad el cumplimiento del primer requisito de su destino, sin estar bautizado, no tendrá derecho a alcanzar el trono, aunque para eso falten varias décadas.  En brazos de su padre, SAR Guillermo, Príncipe de Inglaterra y Duque de Cambridge y bajo la mirada atenta de su madre, SAR Catherine, Duquesa de Cambridge (nacida Catherine Middleton en el seno de una  familia de comerciantes exitosos) el pequeño príncipe hizo su entrada a la capilla en la que, 16 años atrás, fueron velados los restos de su abuela, para ser el protagonista de la tarde. Vestía la réplica, hecha a mano, del faldón de cristianar de satén y encajes, utilizado por todos los bebes de la familia desde 1872. Junto a ellos, los abuelos: SAR Carlos, Príncipe de Gales y Los Señores Michael y Carole Middleton, así como sus tíos, SAR Harry, Príncipe de Inglaterra y James y Pippa Middleton, estrellas mediáticas por obra y gracia de su parentesco con la madre del niño.
Testigos de excepción, los bisabuelos, SM Elizabeth I, del Reino Unido de la Gran Bretaña, Reina y SAR Felipe Mountbatten, Duque de Edimburgo, esposo de La Reina y SAR Camilla Parker Bowles, Duquesa de Cornualles, esposa del Príncipe de Gales.  Algo más de una veintena de íntimos amigos completaba el selecto grupo de invitados a un evento que, si algo tuvo, fue elegancia en cada uno de sus detalles.

SAR El Príncipe George fue bautizado con agua traída especialmente del rio Jordán, puesta en la tradicional pila bautismal de lirios, The Lily Font (encargada por La Reina Victoria y el Príncipe Alberto en 1840, con motivo del nacimiento de su primera hija, la princesa Victoria, fue utilizada por primera vez en su bautizo en 1841 y desde entonces en cada bautizo real); en el transcurso de una ceremonia en la que SAR El Príncipe Harry y la señorita Pippa Midletton hicieron las lecturas, tomadas del Evangelio de San Lucas, capítulo 18, versículos del 15 al 17 y del evangelio de San Juan, capítulo 15, versículos del 1 al 5 1-5. El coro de Coro de la Capilla Real de Su Majestad entonó los himnos Breathe on Me, Breath of God y Be Thou My Vision y Blessed Jesus! Here we Stand (compuesto por Richard Popplewell) The Lord Bless You and Keep You (de John Rutter), el primero de los cuales con enorme significado, pues fue compuesto especialmente para el bautizo de SAR El Príncipe Guillermo en agosto de 1982.

Un numeroso grupo de padrinos se ocupará de velar por la educación cristiana del heredero; curiosamente, ninguno de los tíos se cuenta en la lista (se especuló que debido a la estrecha amistad entre los hermanos, El Príncipe Harry sería el “padrino oficial”, pero finalmente no sucedió así)  y si, una de las damas más queridas de la familia: Lady Zarah Phillips Tindall, hija de la Princesa Real Ana, y “luz de los ojos” de su abuela, La Reina. El resto de los padrinos fueron:  Oliver Baker, compañero de los Duques de Cambridge en La Universidad de St Andrews, Emilia Jardine-Paterson, ex compañera y gran amiga de la Duquesa Catherine en Marlborough College, el Conde de Grosvenor, hijo del Duque de Westminster (primo lejano del Bisabuelo del pequeño príncipe); Jamie Lowther-Pinkerton, antiguo secretario privado de la pareja y actual secretario principal a tiempo parcial; la honorable Julia Samuel, íntima amiga de la Princesa de Gales (un detalle que no se puede pasar por alto, pues es habitual que ellos dos tengan siempre esas deferencias especiales a la memoria de su fallecida madre) y William van Cutsem, el mejor amigo del Duque de Cambridge desde la infancia.
Finalizada la ceremonia, los padres del bebé, invitaron a una discreta merienda servida en Clarence House, residencia del Príncipe de Gales, en la que se ofreció té inglés y se observó la tradición inglesa de comer el piso alto del pastel de bodas de los padres del bautizado, guardado primorosamente desde el 29 de abril de 2011, fecha en la que SAR El Príncipe Guillermo desposaba en la Abadía de Westminter a la Srta. Catherine Middletton, la ultima cenicienta del siglo XXI. 

El Bautizo de Su Alteza



Pocas ocasiones son tan convenientes para una familia real como la presentación en público de sus nuevos miembros. Bien porque aseguran la continuidad, bien porque aprovechan el tirón de alegrías que produce el nacimiento de un hijo, bien porque de alguna manera los acerca, en un nivel puramente humano, a su condición de “familia normal” o simplemente porque desde que el mundo es mundo, un bebe simboliza todas las bondades, celebrar con los súbditos (o hacer creen que eso hacen) los acontecimientos que poco a poco van formando el carácter de un “noble” es, posiblemente, el gran recurso del que las familias reales disponen para mantenerse en su sitio a pesar de todos los vientos que estremecen ese sitio.
Nadie sabe mejor de eso, que la Familia Real Británica. Atornillados en un trono cuya legalidad no se pone a prueba, ni por chiste, casi nunca; los estiradísimos Windsor´s han sacado provecho de cada evento familiar, para recordarle al mundo que nadie como ellos para hacer las cosas con propiedad de testa coronada y eso, fascina a sus súbditos y vende periódicos como ninguna otra cosa. Tal vez sea esa la razón por la que cada acontecimiento familiar, por pequeño que sea, en el que se reúnen despierta una polvareda mediática que, la mayoría de las veces, es digna de mejor causa.
Así ha sucedido con el bautizo de Su Alteza Real el Príncipe George Alexander Louis de Cambridge (Nacido en Londres el 22 de julio de 2013) e hijo unigénito del príncipe Guillermo de Cambridge y de su esposa Catalina de Cambridge, nieto de SAR Carlos, Príncipe de Gales (y eterno heredero a una corona que se resiste a posarse sobre su sien) y de la difunta -nunca bien llorada Lady Di, Princesa de Gales- y bisnieto de Su Majestad Isabel Segunda, por la Gracia de Dios, del Reino Unido de la Gran Bretaña y de Irlanda del Norte y de sus otros Reinos y Territorios, Reina, Jefa de la Mancomunidad de Naciones y  Defensora de la Fe. Por tanto, es el tercero en la línea de sucesión al trono británico y a los tronos de los dieciséis reinos independientes de la Mancomunidad de Naciones, tras su abuelo y su padre  y,  posiblemente, el bebe real más aclamado, esperado y mediatizado de las ultimas décadas.  Sucedió ayer, en la capilla privada del palacio de St. James, el lugar en que reposaron los restos de su abuela Diana tras el fatídico accidente; uno de los sitios reales menos expuestos a la curiosidad de la prensa internacional y residencia privada de algunos de los miembros de la familia.
Fue exactamente lo que se suponía tenía que ser: una fiesta privada, discreta y muy elegante, a la que, de todos modos, tuvo acceso la prensa internacional de mano de un fotógrafo de comprobadas credenciales y fama, quien se ocupó de reproducir de manera oficial la ceremonia, para deleite de todos los que consideran su derecho, estar enterados de lo que esa familia hace. El resultado: un momento más de la realeza británica al que la prensa la ha dado toda la publicidad del mundo, con la venia de ellos, aunque parece que no. Una vez más, SM Elizabeth II sacó a pasear joyas históricas, las damas de la casa sombreros de gran tra-la-la y abrigos hechos-para-la-ocasión y los, cada vez más apuestos, muchachos de la familia dejaron saber porque son príncipes bien educados a pesar de sus escándalos.
Al lado de ese nuevo sarao real, ninguna otra familia con la misma prestancia puede presumir de saber estar. Es lo que tienen los británicos, aunque no sea tan azul a la sangre que corre por sus venas, ni tan limpio el historial que la estirada abuela intenta mantener en alto desde un despacho historiado en el muy lustroso Buckingham Palace.  

domingo, 20 de octubre de 2013

Claire Ladermacher y Felix de Luxemburgo, una boda real al estilo real




Sucedió el pasado 21 de septiembre en la basílica de Sainte-Marie-Madeleine, al sur de Francia, en la pequeña ciudad de Saint-Maximin-la-Sainte-Baume, en solemne ceremonia celebrada por el arzobispo de Luxemburgo, monseñor Jean-Claude Hollerech. Ha sido una boda con todos los ingredientes tradicionales de una boda de la realeza, aunque no un asunto de estado y estuvo llena, cómo no, de fotógrafos, sombreros, atuendos  de los que se ponen las princesas para asistir a bodas y la elegancia masculina de la que siempre hacen gala los apuestos príncipes luxemburgueses. Estamos hablando de la boda, esta sí que muy tradicional, de otro príncipe europeo: Su Alteza Real el príncipe Félix de Luxemburgo, Príncipe de Nassau y la Señorita Claire Margareta Lademacher, hija de un rico empresario alemán, considerado uno de los  más ricos de Europa.
Precedida por la ceremonia civil, realizada en Alemania cuatro días antes, con la elegante sencillez que los luxemburgueses le ponen a todo lo que hacen; la boda religiosa, un evento privado debido a que el novio no es heredero al trono, contó con algunos invitados reales, (probablemente más por ser amigos de los novios que por pertenecer a casas reales) como Pierre Casiraghi, (Hijo de SAR Carolina de Mónaco) SAR Laurent de Bélgica (hijo de SSAARR Alberto y Paola de los Belgas y hermano del actual soberano) y los primos condes y duques austriacos, entre otros, además claro está, de la familia al completo y unos 375 invitados provenientes de lo mejorcito de las aristocracias de esos lados de Europa, incluyendo Croacia (¿sorprende verdad?) de donde vino el padrino del enlace, mejor amigo del novio.
Empecemos por el templo: tiene casi 1.000 años de antigüedad y es objeto de una gran veneración por fieles de todo el mundo. Comenzó a construirse en 1.295 sobre las ruinas de una iglesia merovingia y es uno de los ejemplos más importantes del llamado gótico provenzal. Con una escenografía así, no había razón para restarle importancia al carácter real de la unión.  Ahora bien, ¿de dónde vienen ambos para tener tanto lustre? Muy sencillo: él es el segundo hijo - es decir el segundo en la línea de sucesión al trono - de SSAARR el Gran Duque Juan de Luxemburgo y la Gran Duquesa María Teresa, la cubana que se enamoró del príncipe y no tuvo que besar ningún sapo. Por línea paterna, él es un aristócrata de verdad, emparentado con un buen número de testas coronadas y más apellidos de los que alguna vez pueda llegar a necesitar. Ella es la hija de uno de los hombres más ricos de Europa, Helmut Ladermacher y su esposa Gabriella, una elegantísima alemana de la más alta alcurnia, pero sin títulos.  Se conocieron mientras estudiaban en una sucesión de elitistas escuelas alemanas y francesas y tienen años de noviazgo, imposible de formalizar debido a que el hermano mayor del novio (heredero de la corona) aun no se había casado. Es decir, un verdadero comportamiento principesco a pesar de que hace algunos años, para mortificación de la familia entera, uno de los más jóvenes de la casa embarazó a su noviecita y hubo de acudir a un apresurado  matrimonio. 
Para esta ocasión, María Teresa, fiel a su estilo se encaramó un vestido que no le quedaba bien. Demasiadas telas, demasiados abrigos, demasiados demasiados que una mujer rolliza de tan baja estatura, no debería vestir nunca. Pero ella es la Gran Duquesa. Gabriella, madre de la novia, lucía estupenda aunque vestía de blanco – una cosa que a nosotros en esta parte del mundo nos parece indebido, pero que quizás a ellos no los moleste en absoluto -   La familia del novio, que siempre parece una familia feliz pues está compuesta por varones muy buen mozos y una sola hembra que no termina de verse bonita, lucia muy bien, con una corrección que raya en lo perfecto y el novio, guapo entre los guapos de las coronas europeas, estaba feliz y estupendo en un chaqué que seguramente algún buen sastre hizo a su medida. El papá de la novia ha debido cortarse el cabello para ponerse más a tono con el papá del novio, pero hasta donde sabemos, ellos dos no eran importantes. (Bueno, el Gran Duque si lo es, realmente es archi - millonario y un poco más)
La novia, como corresponde a su recién adquirida dignidad, se decantó por el clasicismo de la alta costura de Elie Saab, y llevo un traje que, según la prensa luxemburguesa, se podía calificar como “oda a la delicadeza”.  (Increíblemente parecido al de su hoy cuñada, Stephanie de Lannoy, cuando casó con el hermano del príncipe Félix,  hace algunos meses)
Claire Margareta estaba bellísima con un elaborado vestido de encaje y largo velo bordado, que iba sujeto en la tiara floral de diamantes, préstamo de su suegra.  Al momento de jurarse amor eterno los novios intercambiaron un par de sencillas alianzas de oro, procedentes de una joyería sin mayor lustre.  Al finalizar la misa,  en la que actuó el coro Pueri Cantores de niños y la Orquesta de Cámara del Conservatorio de la Ciudad de Luxemburgo, bajo la dirección de Pierre Nimax, Jr. y, también, el organista jefe de la catedral de Notre-Dame, Paul Breisch, los recién casados abandonaron la basílica de Sainte-Marie-Madeleine  para ofrecer a sus invitados un exquisito  banquete nupcial,  servido en el convento real de Saint-Maximin, a poca distancia de donde empezarán a hacer su vida los nuevos esposos.
 

La boda de un príncipe que no lo es y su entorno principesco, en Palacio

 
Tal como se han desarrollado las cosas en esa familia tan particular, hablar de Andrea Casiraghi pone a los puristas de la realeza en un verdadero aprieto; la razón fundamental es muy sencilla: Si SAS Charlene de Mónaco, la actual Princesa Soberana, no tiene descendencia, Andrea podría convertirse en Príncipe Soberano de Mónaco. Uno de los países más pequeños, más extraños y posiblemente más ricos (y elegantemente corruptos) del mundo.  Sin embargo, hasta ahora Andrea, hijo mayor de SAR Carolina, Princesa de Mónaco y de Hannover y Stefano Casiraghi, el buenmozo y millonario italiano con el que se casó hace más de 20 años y  que falleció en un terrible accidente acuático pocos años después, no posee título alguno, no recibe tratamiento de Alteza Real y no es, efectivamente, un príncipe a la usanza tradicional (si es que eso existe en el siglo XXI) al que uno pueda ver en los saraos reales codeándose con sus colegas ingleses, daneses o suecos. Hace vida de millonario, (lo es) y hasta ahora nadie ha publicado sobre él, ninguna noticia relativa a algún trabajo remunerado o estudios finalizados con éxito.
Sin embargo, sus ires y venires despiertan una expectación bastante mayor a los de un príncipe verdadero. Por eso su boda, finalmente realizada el pasado 31 de agosto, después de un hijo con su novia y algunos años de relación “oficial” ha sido un evento digno de toda la atención que despiertan las bodas reales. Por él, y porque la escogida fue la nieta de uno de los hombres más ricos del mundo: Tatiana Santo Domingo. Una muchacha con un estilo hippie-chic muy definido, que según todos los que saben de eso, es una de las reinas de la vida social internacional (lo que antes se llamaba la jet set). Celebrada en el Palacio Principesco de Mónaco, con todas las prerrogativas de un evento de la realeza, pero sin los invitados “coronados” que suelen darle lustre a estos eventos, la boda de Andrea y Tatiana, fue uno de los actos más privados de una familia que tiene al mundo acostumbrado a hacer todo de la manera más publica posible.
Fue una ceremonia civil, ante aproximadamente 400 invitados entre lo más granado y florido de las más altas esferas, realizada a las 11:45 de la mañana, ante las autoridades monegascas. La única concesión a la curiosidad de los demás, ha sido permitir que en la plaza de Palacio se celebre la noticia con entusiasmados aplausos. Finalizada la ceremonia, empezó la celebración con un almuerzo servido en los jardines de la piscina de Palacio, que según parece se extendió hasta altas horas, según las infidencias  (gracias a Dios existen) cometidas por algunos invitados, a través de sus cuentas en redes sociales. Se brindó con cerveza, quizás para palear las altas temperaturas del verano y probablemente como guiño al abuelo de Tatiana, cuya inmensa fortuna se fraguó al amparo de la fabricación de cerveza. 
La boda, para la que no se escatimaron celebraciones, finalizó con una gran fiesta palaciega, en el más puro estilo distendido y “hipposo” al que los novios son tan afectos, de la que participaron unos 250 invitados que no requirieron cambio de traje ni de ambiente; quizás mudanza de espacio, que para eso El Palacio Grimaldi es suficientemente amplio.
Estuvieron todos los que son alguien en el escaso mundillo de las grandes fortunas del mundo, llegados a Mónaco en los días previos para participar de algunas fiestas anteriores, suerte de despedidas de solteros, organizadas por los amigos con toda discreción.  Hubo algunas fotos, (trascendieron menos de diez) y se distribuyeron un par de fotografías “oficiales” en donde se ve a la pareja de guapos novios vestidos con exquisita sencillez. Ella un traje blanco roto de muselina y chiffon de seda muy hermoso y él de riguroso traje azul oscuro, camisa blanca y corbata azul marino. A lo lejos se podía ver una sonreída Princesa Carolina de Mónaco vestida de rojo; pero, por desgracia, no hubo fotos que permitieran detallar su atuendo.
Tienen un hijo, Sacha, tienen todo el dinero que quieran y parece que se quieren un montón, además, la historia podría convertirlos en testas coronadas de un imperio que no por pequeño es poco valioso. Mejores presagios son imposibles. Que sean felices y coman perdices,  es hora de que los descendientes de esa complicada historia de príncipes díscolos, empiecen a sentar cabeza. Aunque nadie apostaría por ello.