Su inmensa fortuna es, posiblemente,
el secreto peor guardado de la realeza europea; también, el chisme más jugoso
que sobre alguna testa coronada se mantiene permanentemente. En todo caso, es
el rasgo de personalidad que mejor lo define, aunque de él pueden decirse
muchísimas cosas. Que es un Jefe de Estado en toda regla, por ejemplo, o que
mantiene, sin dificultad alguna, una
familia ejemplar a la que se ha dedicado por completo. Es el Gran Duque de un
pequeño estado europeo sobre el que los ojos fiscales del mundo se posan con frecuencia,
dada su fama de paraíso fiscal y es, a no dudarlo, el miembro de la realeza
europea al que se le han dado mejor las cosas.
Nacido el 16 de abril de 1955 en el Castillo
de Betzdorf, en Luxemburgo, SAR Henri
Albert Gabriel Félix Marie Guillaume de Nassau, Gran Duque de Luxemburg, Duque de Nassau, Príncipe
de Borbón-Parma, Conde Palatino del Rin, Conde de Sayn, Conde de Königstein, Conde
de Katzenelnbogen, Conde de Diez, Vizconde de Hammerstein, Señor de Mahlberg, Señor
de Wiesbaden, Señor de Idstein, Señor de Merenberg, Señor de Limburgo y Señor
de Eppstein es el actual hombre de la casa Nassau, Jefe de Estado de uno de los países mas prósperos,
más pequeños y más celosamente protegidos del mundo. Enrique, hijo de SAR Juan, Gran Duque de
Luxemburgo y de su esposa, la Princesa Josefina Carlota de Bélgica, reina sin
oposición aparente desde el año 2000, fecha en que su padre abdicó en su favor
y hasta los momentos, nada ha alterado su talante serio, discreto y absolutamente
monárquico, seguro como está de tener firmemente atadas las riendas de la
abundancia. No lo ha hecho sin esfuerzo. Considerado el mejor embajador de su
país, es un incansable promotor de las oportunidades de inversión que ofrece el
Gran Ducado y un comprometido defensor de causas sociales y deportivas
a favor de los habitantes del país con la renta per cápita más alta de
la Unión Europea (30.000 dólares) en el que no hay pobreza, no hay desempleo y,
hasta donde se sabe, no hay indignados.
Es, además, un Jefe de Estado con
todas sus letras; a pesar de que, como en toda Europa, la suya es una monarquía
constitucional, sus deberes como cabeza de gobierno no son meramente
protocolarios: SAR Enrique, tiene el poder constitucional de designar al Primer
Ministro, exigirle la formación del gobierno (ante lo que tiene poder de veto)
disolver la Cámara de Representantes, promulgar leyes (puede incluso gobernar
por decreto, derecho del que no se tiene constancia que haya ejercido) y
acreditar embajadores, una función totalmente representativa (de nuevo, no
existe registro de que haya rechazado las cartas credenciales del representante
de ningún país) y al que se entrega con fruición. En Luxemburgo se considera al
Gran Duque, el mejor canciller que país alguno pueda tener. Amo y señor del hermoso castillo de Berg,
vive en Luxemburgo rodeado de una familia formada por 4 apuestos príncipes y
una bonita princesa, que encarnan la viva imagen de una familia de cuento de
hadas, a pesar de ciertos “traspiés de juventud” cometidos por uno de los más
jóvenes vástagos.
Esa vida regalada no siempre ha
tenido la inmaculada prestancia de los que nacen predestinados. Educado entre
Luxemburgo y Francia, SAR hubo de matricularse en la Universidad de Ginebra
bajo un nombre falso (se hacía llamar Enrique de Clairvaux) para evitar el
escrutinio público al que eran sometidos sus pasos y obtener, de esa forma, un
flamante título de Licenciado en Ciencias Políticas, gracias a su tesis
sobre Tratados Internacionales en
Constituciones en los Países de la Comunidad Económica Europea. Eso además, le
valió un puesto en el Consejo de Estado y un poco más tarde, la oportunidad de
convertirse, a solicitud del gobierno, en presidente del Comité de Desarrollo Económico. Para
redondear una formación tenida por impecable, SAR es oficial de la Academia
Militar de Sandhurst (Inglaterra) y ha estudiado varios cursos de
especialización en asuntos económicos, en prestigiosas universidades
norteamericanas. Formado y entrenado
para merecer la conducción de los destinos de su país por herencia familiar,
Enrique casi ve irse todo al traste por una razón tan simple, e ingobernable,
como el amor. Estudiando Ciencias Políticas en la Universidad de Ginebra,
conoció a una joven y rica muchacha nacida en la provincia de Macanao, La
Habana, Cuba, llamada María Teresa
Mestre y Batista, que seguía su mismo curso de estudios. Se enamoraron
perdidamente. Fue un pequeño escándalo, ocurrido en tiempos en que tales
uniones no eran ni frecuentes, ni bien
vistas. SAR La Gran Duquesa Josefina
Carlota, horrorizada por los escándalos aun recientes de su propia familia
belga, se opuso tenazmente a las pretensiones de su hijo el heredero y luchó,
con estrategias soterradas, para impedir el matrimonio. No lo consiguió y eso supuso
un distanciamiento, del que se habla muy poco, de su hijo. Contra viento y marea, el 14 de Febrero de
1981, SAR El Príncipe Heredero contrajo matrimonio, en la catedral de Santa María
de Luxemburgo, con “la cubana” (como la
llamó su suegra mientras vivió) su única novia oficial y - según dice todo el
que los conoce aunque sea de lejos - el gran amor de su vida.
Es un hombre de pocos escándalos (en
realidad no se le conoce ninguno) y de proceder apegado a una profunda
convicción religiosa, aunque parezca incoherente. Alegando problemas de
conciencia, por ejemplo, en 2008 vetó una ley que regulaba la eutanasia y se negó a firmarla, a pesar de haber sido
aprobada por la Cámara de Representantes a principios de ese año. Le valió el
castigo de sus legisladores: El Parlamento decidió votar una ley que limitaba
los poderes del Gran Duque impidiéndole volver a vetar ley alguna. No obstante,
recibió el reconocimiento del Vaticano, en forma del Premio Van Thuan a su
“compromiso en defensa de los derechos humanos, especialmente el derecho a la
vida y a la libertad religiosa", cosa que parece haber amainado el
disgusto que le supuso la reacción del liberal parlamento Luxemburgués. Así y
todo, es un hombre de muchos
escondrijos. Sobre él siempre pesará la sospecha de que su inmensa fortuna
personal, valorada en 1.700 millones de dólares, no ha sido del todo bien
habida, aunque una buena parte de ella repose más bien en obras de arte
invalorables (se le considera el poseedor de una de las colecciones de arte más
valiosas del planeta) y propiedades históricas heredadas de generaciones muy
antiguas. No obstante, es probable que el bien guardado secretismo que
Luxemburgo ofrece a las abultadas cuentas de billonarios venidos de todas
partes del mundo, contribuyan de algún modo a incrementar el gigantesco patrimonio
personal del hombre más rico de la nobleza europea.
Luxemburgo parece un verdadero cuento de hadas......fiscal, exonerado de impuestos, quien pudiese mudarse a un lugar así se acerca a ser dichoso de por vida.
ResponderEliminarMuy loable la historia protagonizada por el gran Duque y su mujer, prevaleciendo el amor en una de las élites mas rancias de Europa.
Felicitaciones al autor de este blog
Frederick