sábado, 9 de noviembre de 2013

Príncipe consorte, el anciano Felipe


Puestos a hacer consideraciones, estaríamos hablando del decano de la nobleza europea, el príncipe con mayor rango, más anciano, de todos los que viven. Eso, sin embargo, solamente dibujaría un rasgo que no posee mayor importancia, si pensamos que  llegar, en buen dominio de facultades, a los 92 años, no es en  sí mismo un merito plausible. Los rasgos que sobresalen en este hombre, para nada ajeno a la controversia  y dueño de una vida sembrada de historia, tienen más que ver con lo que se ha dejado de decir, que con las anécdotas que han logrado confirmar su papel protagónico al lado de la más longeva de las Reinas en ejercicio activo.
 
Nacido, (Como príncipe de Grecia y Dinamarca) en Mons Repos, Corfú, Grecia, el 10 de junio de 1921, Su Alteza Real el Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, Conde de Merioneth, Barón Greenwich, Real Caballero de la Nobilísima Orden de la Jarretera, Extra Caballero de la Antiquísima y Nobilísima Orden del Cardo, Gran Maestre y Primer y Principal Caballero Gran Cruz de la Excelentísima Orden del Imperio Británico, Miembro de la Orden de Mérito, Compañero de la Orden de Australia, Miembro adicional de la Orden de Nueva Zelanda, Extra Compañero de la Orden del Servicio de la Reina, Real Jefe de la Orden de Logohu, Compañero Extraordinario de la Orden de Canadá, Comandante Extraordinario de la Orden de Mérito Militar, Caballero de las Fuerzas Canadienses, Lord del Honorabilísimo Consejo Privado de Su Majestad, Consejero Privado del Consejo Privado de la Reina para Canadá, Ayudante de campo Personal de Su Majestad y Lord Alto Almirante del Reino Unido, es el marido de SAR Elizabeth II, del Reino Unido de la Gran Bretaña, Reina y por lo tanto, hombre de la casa en Buckingham Palace. Es primo de su esposa, en tercer grado, descendiente directo de la Reina Victoria (como casi todo el Gotha europeo) pariente muy cercano de los desafortunados Zares rusos y primo, entre otros, de SAR Sofía de España y SAR Margarita de Dinamarca. Sin embargo, no es el más querido de los príncipes europeos y la suya, si hacemos caso a sus propias recriminaciones, ha sido la vida de un hombre al que le tocó vivir a la sombra de una esposa poderosa.
No obstante haberlo reconocido, (en una oportunidad dijo de si mismo que no era más que una ameba sangrante, el único hombre del Reino Unido al que no se le permitía darle su nombre a sus hijos, en referencia a la tenaz oposición que encontró en su suegra, La Reina María y por tanto en el gobierno inglés con Sir Winston Churchill a la cabeza, a la hora de pretender que el nombre familiar de la casa Windsor, se transformara en Mountbatten, su apellido ingles proveniente de Battemberg, el apellido noble de su madre alemana) Se ha valido de su posición y de la ciega confianza que la Reina ha puesto siempre en su recto proceder, para desempeñar un rol de verdadera importancia en el complicado entramado de la Casa Real Inglesa, habiéndose convertido, por virtud de sus múltiples compromisos con causas sociales y medio ambientales, en un miembro respetado y hasta cierto punto querido, de la monarquía inglesa.  Es patrocinador de unas 800 organizaciones, entre ellas los Premios Duque de Edimburgo y la World Wide Fund for Nature,  Rector de la Universidad de Cambridge y ex Rector de la Universidad de Edimburgo  y está dedicado, con esmero, a intentar que la humanidad tome conciencia de su relación con el medio ambiente, publicando artículos y dictando conferencias sobre el tema por  más de medio siglo.   No ha estado, sin embargo, alejado del escándalo; ciertas acusaciones lo persiguen levantando polvaredas de importancia sobre sus reales espaldas. La más recurrente y dañina de ellas: su pasado nazi.
Parece (todo es relativo en las biografías publicas de los personajes históricos) que lo tiene y lo tiene en serio. Existen numerosos estudios que lo sitúan muy cerca de partidarios de la masacre nazi e incluso, como protector de ciertos personajes nefastos para la historia de la humanidad; pero, ahondar en ello, significaría poner en riesgo el aura intachable de una Reina a quien la historia, cada vez más, pone en sitial de honor.  Además, significaría también enlodar el momento más valioso de la familia: su innegable buen talante ante los horrores de la post guerra (se sabe que la Reina utilizo talones de racionamiento para obtener materiales con los que confeccionar su vestido de novia) pero, no es difícil establecer la relación del espigado Príncipe de antepasados alemanes, con las predicas supremacistas de un movimiento que casi acaba con la buena fe de la humanidad. Él lo ha negado, aunque en los últimos años ha preferido callar ante las acusaciones. Su pasado probablemente se le antoja tan lejano como imposible de cambiar y seguramente ya se acostumbró  a vivir con él.
Otras acusaciones se han esgrimido para enlodar su nombre; en todas, aparece como la mano que mece la cuna. Es famoso su papel de maluco en los matrimonios fracasados de sus hijos mayores (la Duquesa de York lo acusa directamente de haber sido su enemigo más enconado y  todo el mundo parece estar de acuerdo en que su intervención en el proceso de divorcio de los Príncipes de Gales y posterior protección a “la otra” causaron gran desdicha a la queridísima Lady Di) nadie duda que la muy famosa “flema inglesa” tiene en el Duque de Edimburgo, una definición representativa. No es un hombre simpático,  para nada,  no ha logrado serlo ni siquiera en su vejez, y no está dispuesto a hacer concesiones que permitan un poco el relajamiento del pomposo y asfixiante protocolo de la Casa Real Inglesa, a la que ingreso por matrimonio en el año 1947 después de seis años de cortejo epistolar a la jovencísima princesa heredera del Reino Unido, después de haberse conocido cuando ella tenía 13 años, merced a una visita que esta hiciera acompañada de la Familia Real británica al  Britannia Royal Naval College, en donde Felipe terminaba su formación académica. Fue su guía, y de esa visita, surgió la correspondencia que mantuvieron hasta que él pudo, en 1946, pedir al Rey Jorge VI la mano de la heredera.  Contrajeron matrimonio el  20 de noviembre de 1947, para lo que tuvo que renunciar a su religión (la ortodoxa griega) y a su lealtad a Grecia. Lo que pudo haberle importado mas, sin embargo, es que al hacerlo perdía también sus títulos de Príncipe de Grecia y Dinamarca, obtenidos en su nacimiento. Para compensarlo, el Rey Jorge VI le concedió tratamiento de Su Alteza Real y lo nombró Duque de Edimburgo, Conde de Merioneth y Barón Greenwich ya que las leyes inglesas impiden al varón consorte de La Reina convertirse en Rey. Eso puede verse como un logro feminista, pero no lo es en absoluto. Todas las monarquías europeas tienen un Monarca a la cabeza. En todas se han ido ajustando las leyes sucesorias para permitirle a la mujer acceder al trono sin problemas de precedencia. Pero, en el caso de la existencia de un Rey varón, su consorte recibe titulo de Reina, con funciones idénticas a las de una Primera Dama. Tradicionalmente no sucede lo mismo con el hombre, no existe el primer caballero. Por lo tanto,  en todos los casos, el tratamiento que le corresponde (y que lo exime de derechos y deberes de gobierno, pero no de privilegios palaciegos) es el de Príncipe (consorte)
SAR  El Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, ha cumplido 92 años (66 de los cuales han transcurrido en armónica paz al lado de Elizabeth II – es un matrimonio del que no se puede decir nada un poco más romántico -) acusando numerosos achaques de salud al extremo de reducir un poco el volumen de sus compromisos oficiales, pues empieza a sentir que su memoria no es la misma. Aun así, su influencia es innegable y su presencia para los ingleses se ha dulcificado hasta ser la de un anciano abuelo al que se le van perdonando uno a uno los errores del pasado. Todo lo demás que puede decirse de él, ha sido dicho, es legendario su humor negro y ocurrente, plagado de “salidas” que dejan al interlocutor sin aliento; no es capaz de respetar, en el sentido más formal del término, ni a la más enferma de las ancianas, ni a los más queridos miembros de su familia. Parece odiar el protocolo, aunque se somete a sus mandatos sin mayor recelo y a lo largo de los años se ha convertido en un icono de estilo, comparable solo al hombre por cuya abdicación, su esposa llegó al trono.  Nunca ha tenido más poder que el de susurrar consejos al oído de la Reina, pero, nadie en su sano juicio, se atrevería a decir que eso no es verdadero poder.

2 comentarios:

  1. Viendo la serie Crown, me llevó a buscar algo sobre este señor. Gracias por el detallado informe.

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