jueves, 21 de noviembre de 2013

Rey Vikingo, el empecinado Harald


Pocas veces, un hombre de su rango ha tenido que enfrentar tantos obstáculos para salirse con la suya y mantener su destino intacto, persiguiendo sueños tan disimiles como el amor de su escogida o conocer recónditos destinos. Quizás, se necesita una buena dosis de genética vikinga para lograrlo y él, a no dudarlo, la tiene bien guardada; seguramente, es esa sangre proclive a los excesos la que lo ha mantenido en el trono desde hace casi un cuarto de siglo, con pocos tropiezos y casi ningún escándalo.
Nacido en el Palacio de Skaugum, en Asker, el 21 de febrero de 1937, recibió el nombre de Harald, (que en español significa “heraldo”) y  su llegada al mundo significó la continuidad de la dinastía Gluksburg, instaurada en fechas relativamente recientes al frente del reino noruego, después que, menos de un siglo antes, se convirtiera de nuevo en reino Independiente. Fue designado Príncipe Heredero en 1957 y, en 1991, se convirtió en el hombre de la casa del Palacio Real de Oslo,  con el título de Su Majestad Harald V, Rey de Noruega, Soberano Gran Maestre de la Real Orden Noruega de San Olaf, Soberano de la Real Orden Noruega al Mérito y Jefe de la Iglesia Noruega.  Puede, si el caso muy improbable se diera, reclamar derechos de sucesión al trono de Gran Bretaña, pues es nieto de la Princesa Maud del Reino Unido, hija del  Rey  Eduardo VII del Reino Unido.  Es hijo de Su Majestad el Rey Olaf de Noruega y la Reina Marta, (nacida Princesa de Suecia) y está emparentado por lazos de consanguinidad, amistad entrañable e historia, con las monarquías escandinavas; además, posee el merito adicional de ser el primer Rey nacido en territorio Noruego desde 1370. Descendiente de una dinastía antiquísima, nacida probablemente en 993 con el Rey Harald I, gran defensor de los pequeños reinos vikingos de Noruega, territorios gobernados por caudillos absolutistas que tenían categoría de monarcas y que más adelante formarían lo que hoy se conoce como el Reino de Noruega. Harald I, rey de esos territorios desde 872 hasta 993, sentó las bases para la unificación de tales reinos (algunos tan pequeños como una urbanización de hoy) y para la actual división territorial del Reino de Noruega y su conformación como nación.
Es un Rey que gobierna y,  más que eso, es un Rey que disfruta de la aceptación casi unánime de un pueblo prospero y adelantado industrial y tecnológicamente, capaz de reconocer en él, un motor indetenible para la economía y el engrandecimiento de la nación.  El Rey y la familia Real están considerados un símbolo de estabilidad social y  continuidad política en situaciones turbulentas y, por encima de todo, un símbolo de unidad, desde que se mostraran especialmente “noruegos” durante la reconstrucción y reunificación surgida al finalizar la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial y su regreso al país del que habían sido obligados a huir.
Mientras que su padre, el Rey Olaf, su abuelo el Rey Haakon VII y los miembros principales del gobierno noruego se habían exiliado en Londres; el Príncipe Harald, su madre y hermanas, se trasladaron a Pool Hill, un pequeño pueblo de Maryland, en Estados Unidos, donde Harald empezó a hacer estudios primarios y perfeccionar su inglés. Finalizado el exilio y claramente movidos por el deseo de reconstruir instituciones nacionales devastadas por la guerra, la Familia Real regresó a Noruega y Harald ingresó en el Colegio Catedral de Oslo, donde realizó estudios en el área científica, graduándose en  1955, al tiempo que estudiaba idiomas (habla perfectamente Inglés, Francés y Alemán)  Al morir su abuelo, el rey Haakon VII se proclamó a su padre Olaf V, como Rey de Noruega y Harald como Príncipe Heredero. Seis días después, estrenó su nombramiento al asistir a su primera reunión del Consejo de Estado noruego. Al mismo tiempo emprendió una minuciosa formación militar en la Academia Militar Noruega, donde se graduó en 1959. Ha conseguido el rango de General del Ejército de Tierra y Aire y de Almirante de la Marina.
En algún momento de todo ese periodo de formación personal, el entonces Príncipe Heredero conoció a la modista de clase burguesa, Sonja Haraldsen. Una plebeya de toda plebeyitud, que ni siquiera tenía abundantes bienes de fortuna y no podía, por ningún motivo, aspirar al corazón del heredero.  Fue una relación completamente tortuosa, cuyos únicos antecedentes conocidos hasta el momento, habían dado al traste con el reinado de Eduardo VII en Inglaterra. El Príncipe heredero logró, después de 9 años de relación semi clandestina, casarse con la mujer de sus sueños; pero, para ello, hizo falta un empecinamiento rayano en la malcriadez. Tenía una carta bajo la manga: Las leyes noruegas impedían que la corona fuera heredada por mujeres, entonces, el Príncipe (se dice que ayudado por amenazas de suicidio de la devastada Sonja) amenazó con renunciar a sus derechos hereditarios y dejar la Monarquía sin sucesor. Fue una ocurrencia salvadora, al Rey Olaf, enardecido en contra de las aspiraciones sin sentido de Harald (“reservado” para la Princesa Sofía de Grecia, quien más tarde se convirtió en SM Sofía, Reina de España) no le quedó más alternativa que iniciar una ronda de consultas con el alto gobierno para detener la hecatombe.  A pesar de las separaciones (el Príncipe fue enviado al Balliol College de Oxford, donde estudió Ciencias Económicas, Ciencias Políticas e Historia durante dos años, 1960-1962 y Sonja enviada a Suiza, donde enfermó de melancolía) Harald se montó el mundo por montera y regresaron juntos a Noruega, donde el noviazgo morganático era un secreto a voces. La aprobación final se obtuvo, a pesar de los temores y recelos del rey Olaf V.
El matrimonio se celebró en agosto de 1968 con toda la pompa y boato de un matrimonio real, sin condiciones; Sonja, fue nombrada Princesa Heredera y, casi de inmediato, empezó a cumplir funciones de Primera Dama, pues el anciano Rey en ejercicio había enviudado poco antes. En Septiembre de 1971 nació la primera hija de la pareja, la princesa  Märtha Louise y el 20 de Julio de 1973, el Príncipe Heredero, SAR Haakon Magnus. Se da la casualidad que ambos se casaron con plebeyos. Ella con un famoso escritor noruego llamado Ari Behn y él con una atractiva rubia, algunos años mayor que él, madre soltera de un varón habido en una relación anterior muy poco explicada. Ninguno de los hijos tuvo que vivir la reprobación de las cortes, tanto El Rey Harald, como la Reina Sonja, los recibieron con brazos abiertos y bendijeron sus uniones sin resquicios de duda.
A sus 76 años de edad, Su Majestad Harald V de Noruega,  aun levanta pasiones (recientemente fue nombrado el más sexy de los monarcas europeos) aunque empieza a acusar achaques y dolores: la muerte de su hermana, La princesa  Ragnhild de Noruega, ocurrida el 16 de septiembre de 2012, le causó tal depresión que hubo de ser hospitalizado por problemas cardiacos, a pesar de su gran fortaleza:  El Rey es un gran deportista, participó en los Juegos Olímpicos de 1964, 1968 y 1972, en la especialidad de vela, ganando la Copa de Oro en 1968 y el Kieler Regatta en 1972. Practica la caza, el esquí y la pesca,  es presidente de la Asociación de Vela y forma parte del Comité Internacional Yacht Racing Union.
Junto a la Reina Sonja, forman una familia feliz, profundamente comprometida con el bienestar de un país tenido como el que ofrece uno de los más sólidos beneficios sociales a sus habitantes; según todos reconocen, producto del buen hacer del Rey y del gobierno parlamentario. No es poca cosa, en tiempos en que Europa se debate entre cambios radicales y miradas al pasado.
 

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