martes, 5 de noviembre de 2013

Gran Duque poderoso, el millonario Enrique


Su inmensa fortuna es, posiblemente, el secreto peor guardado de la realeza europea; también, el chisme más jugoso que sobre alguna testa coronada se mantiene permanentemente. En todo caso, es el rasgo de personalidad que mejor lo define, aunque de él pueden decirse muchísimas cosas. Que es un Jefe de Estado en toda regla, por ejemplo, o que mantiene,  sin dificultad alguna, una familia ejemplar a la que se ha dedicado por completo. Es el Gran Duque de un pequeño estado europeo sobre el que los ojos fiscales del mundo se posan con frecuencia, dada su fama de paraíso fiscal y es, a no dudarlo, el miembro de la realeza europea al que se le han dado mejor las cosas.
Nacido el 16 de abril de 1955 en el Castillo de Betzdorf, en Luxemburgo, SAR Henri Albert Gabriel Félix Marie Guillaume de Nassau,  Gran Duque de Luxemburg, Duque de Nassau, Príncipe de Borbón-Parma, Conde Palatino del Rin, Conde de Sayn, Conde de Königstein, Conde de Katzenelnbogen, Conde de Diez, Vizconde de Hammerstein, Señor de Mahlberg, Señor de Wiesbaden, Señor de Idstein, Señor de Merenberg, Señor de Limburgo y Señor de Eppstein es el actual hombre de la casa Nassau,  Jefe de Estado de uno de los países mas prósperos, más pequeños y más celosamente protegidos del mundo.  Enrique, hijo de SAR Juan, Gran Duque de Luxemburgo y de su esposa, la Princesa Josefina Carlota de Bélgica, reina sin oposición aparente desde el año 2000, fecha en que su padre abdicó en su favor y hasta los momentos, nada ha alterado su talante serio, discreto y absolutamente monárquico, seguro como está de tener firmemente atadas las riendas de la abundancia. No lo ha hecho sin esfuerzo. Considerado el mejor embajador de su país, es un incansable promotor de las oportunidades de inversión que ofrece el Gran Ducado y un comprometido defensor de causas sociales y  deportivas  a favor de los habitantes del país con la renta per cápita más alta de la Unión Europea (30.000 dólares) en el que no hay pobreza, no hay desempleo y, hasta donde se sabe, no hay indignados.
Es, además, un Jefe de Estado con todas sus letras; a pesar de que, como en toda Europa, la suya es una monarquía constitucional, sus deberes como cabeza de gobierno no son meramente protocolarios: SAR Enrique, tiene el poder constitucional de designar al Primer Ministro, exigirle la formación del gobierno (ante lo que tiene poder de veto) disolver la Cámara de Representantes, promulgar leyes (puede incluso gobernar por decreto, derecho del que no se tiene constancia que haya ejercido) y acreditar embajadores, una función totalmente representativa (de nuevo, no existe registro de que haya rechazado las cartas credenciales del representante de ningún país) y al que se entrega con fruición. En Luxemburgo se considera al Gran Duque, el mejor canciller que país alguno pueda tener.  Amo y señor del hermoso castillo de Berg, vive en Luxemburgo rodeado de una familia formada por 4 apuestos príncipes y una bonita princesa, que encarnan la viva imagen de una familia de cuento de hadas, a pesar de ciertos “traspiés de juventud” cometidos por uno de los más jóvenes vástagos. 
Esa vida regalada no siempre ha tenido la inmaculada prestancia de los que nacen predestinados. Educado entre Luxemburgo y Francia, SAR hubo de matricularse en la Universidad de Ginebra bajo un nombre falso (se hacía llamar Enrique de Clairvaux) para evitar el escrutinio público al que eran sometidos sus pasos y obtener, de esa forma, un flamante título de Licenciado en Ciencias Políticas, gracias a su tesis sobre  Tratados Internacionales en Constituciones en los Países de la Comunidad Económica Europea. Eso además, le valió un puesto en el Consejo de Estado y un poco más tarde, la oportunidad de convertirse, a solicitud del gobierno, en presidente del  Comité de Desarrollo Económico. Para redondear una formación tenida por impecable, SAR es oficial de la Academia Militar de Sandhurst (Inglaterra) y ha estudiado varios cursos de especialización en asuntos económicos, en prestigiosas universidades norteamericanas.  Formado y entrenado para merecer la conducción de los destinos de su país por herencia familiar, Enrique casi ve irse todo al traste por una razón tan simple, e ingobernable, como el amor. Estudiando Ciencias Políticas en la Universidad de Ginebra, conoció a una joven y rica muchacha nacida en la provincia de Macanao, La Habana, Cuba,  llamada María Teresa Mestre y Batista, que seguía su mismo curso de estudios. Se enamoraron perdidamente. Fue un pequeño escándalo, ocurrido en tiempos en que tales uniones no eran  ni frecuentes, ni bien vistas.  SAR La Gran Duquesa Josefina Carlota, horrorizada por los escándalos aun recientes de su propia familia belga, se opuso tenazmente a las pretensiones de su hijo el heredero y luchó, con estrategias soterradas, para impedir el matrimonio. No lo consiguió y eso supuso un distanciamiento, del que se habla muy poco, de su hijo.  Contra viento y marea, el 14 de Febrero de 1981, SAR El Príncipe Heredero contrajo matrimonio, en la catedral de Santa María de Luxemburgo,  con “la cubana” (como la llamó su suegra mientras vivió) su única novia oficial y - según dice todo el que los conoce aunque sea de lejos - el gran amor de su vida.
Es un hombre de pocos escándalos (en realidad no se le conoce ninguno) y de proceder apegado a una profunda convicción religiosa, aunque parezca incoherente. Alegando problemas de conciencia, por ejemplo, en 2008 vetó una ley que regulaba la eutanasia  y se negó a firmarla, a pesar de haber sido aprobada por la Cámara de Representantes a principios de ese año. Le valió el castigo de sus legisladores: El Parlamento decidió votar una ley que limitaba los poderes del Gran Duque impidiéndole volver a vetar ley alguna. No obstante, recibió el reconocimiento del Vaticano, en forma del Premio Van Thuan a su “compromiso en defensa de los derechos humanos, especialmente el derecho a la vida y a la libertad religiosa", cosa que parece haber amainado el disgusto que le supuso la reacción del liberal parlamento Luxemburgués. Así y todo, es un hombre de  muchos escondrijos. Sobre él siempre pesará la sospecha de que su inmensa fortuna personal, valorada en 1.700 millones de dólares, no ha sido del todo bien habida, aunque una buena parte de ella repose más bien en obras de arte invalorables (se le considera el poseedor de una de las colecciones de arte más valiosas del planeta) y propiedades históricas heredadas de generaciones muy antiguas. No obstante, es probable que el bien guardado secretismo que Luxemburgo ofrece a las abultadas cuentas de billonarios venidos de todas partes del mundo, contribuyan de algún modo a incrementar el gigantesco patrimonio personal del hombre más rico de la nobleza europea.

1 comentario:

  1. Luxemburgo parece un verdadero cuento de hadas......fiscal, exonerado de impuestos, quien pudiese mudarse a un lugar así se acerca a ser dichoso de por vida.
    Muy loable la historia protagonizada por el gran Duque y su mujer, prevaleciendo el amor en una de las élites mas rancias de Europa.

    Felicitaciones al autor de este blog

    Frederick

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