martes, 5 de noviembre de 2013

Príncipe Soberano, el sereno Alberto


Hay más de un estudioso que afirma que SAS Alberto II de Mónaco, tenía tan poco afecto por su padre, Rainiero III de Mónaco, que lo dejó morir convencido de que las mujeres ocupaban el último puesto en sus preferencias románticas (mucho se ha dicho sobre las tortuosas relaciones personales de SAS Rainiero III y su bellísima Princesa Grace y eso quizás explique el desafecto del hijo, si es que lo hubo) lo cierto es que, a juzgar por los resultados, quienes estaban completamente convencidos de la “defectuosa” masculinidad del Príncipe, han debido recoger sus afirmaciones tras hacerse pública la parte que le toca en los escándalos de la familia: Hijos ilegítimos, incontables romances plebeyos y un matrimonio tardío, sombreado por escabrosas historias de infidelidades y malos tratos, es el retrato más conocido, y jugoso, del hombre de la casa Grimaldi, o lo que es lo mismo, el jefe del pequeño estado Mediterráneo conocido como Principado de Mónaco.
Nacido el 14 de Marzo de 1958 en Mónaco, Su Alteza Serenísima,  Albert Alexandre Louis Pierre Grimaldi, Príncipe Soberano de Mónaco, Marqués de Baux,  Duque de Valentinois, Conde de Carladès, Conde de Polignac, Barón de Calvinet y de Buis, Señor de Saint-Rémy y de Matignon, Conde de Torigni, Barón de Saint-Lô, de La Luthumière y de Hambye, Duque de Estouteville, de Mazarin y de Mayenne, Príncipe de Château-Porcien, Barón de Massy, Conde de Ferrette, de Belfort, de Thann y de Rosemont, Barón de Altkirch, Señor de Issenheim, Marqués de Chilly, Conde de Longjumeau y Marqués de Guiscard, es el jefe absoluto de un estado tan pequeño como cualquier ciudad europea de mediano tamaño, considerado por casi todo el mundo la cuna misma del glamour, el lujo, el escándalo y la corrupción. Anda por ahí con el único título de Su Alteza Serenísima Alberto II de Mónaco y aunque haya tratado de ponerle seriedad a los interminables centímetros de prensa que los devaneos amorosos de sus hermanas le han dado a la prensa rosa del planeta, no pudo escapar a un destino que persigue a una familia de guerreros astutos que remonta su genealogía, y sus derechos dinásticos, hasta el año 1297. Alberto, el serio y, de algún modo cínico, representante de una casa real que se empeña en ser normal fuera de los muros del elegante palacio Grimaldi, es, por ejemplo,  padre de dos hijos nacidos fuera del matrimonio que, aunque reconocidos, no podrán heredar los títulos del padre, ni ocupar puesto alguno en la línea sucesoria, pues la ley monegasca lo prohíbe (heredaran una porción de su fortuna personal) tienen hoy 10 y 16 años y son hijos de la aeromoza togolesa Nicole Valérie Coste (recibió los nombres de  Alexandre Eric Sthepane) y de la joven norteamericana Tamara Jean Rotolo (la niña fue llamada  Jazmín Grace Rotolo, aunque está oficialmente reconocida como Grimaldi y vive en California)
Aventajado deportista y poco amigo de las fiestas interminables o la excesiva exposición mediática de la que hacen gala sus hermanas (las princesas Estefanía y Carolina) ha participado en las Olimpiadas de Invierno de 1988, 1992, 1994, 1998 y 2002, fue abanderado de su país en los Juegos Olímpicos de Verano de Barcelona y ha desempeñado no pocas labores diplomáticas de estado, entre las que destaca la representación del principado en ocasión de su ingreso a la Organización de Naciones Unidas (1993) y al Consejo de Europa (2004). Sus áreas de influencia no se detienen allí: se le reconoce como un aventajado empresario con amplios intereses en el muy próspero negocio inmobiliario monegasco, es uno de los propietarios de la red social Yoctocosmos y es miembro, por derecho propio,  del Foro Económico Mundial, sitial al que accedió debido a sus vastos conocimientos en materia de inversiones, razón de ser del pequeño estado que regenta (según parece con mano de hierro, suavizada por cierta prestancia sonreída que lo hace un príncipe apuesto y relativamente cercano) y que mantiene desde su fundación, la amenaza de volver a ser anexado a Francia, si llegara a romperse la dinastía reinante; es decir, si alguno de los príncipes soberanos muriera sin descendencia legitima.
Ese es, entonces, su talón de Aquiles. Casado desde hace un par de años con la bella ex nadadora olímpica surafricana Charlene Wittstock, a los 55 años de edad SAS no ha tenido hijos que puedan acceder al trono y legitimar sus derechos dinásticos; más aun, su genuino interés en mantener el estatus independiente y soberano del Principado, una cuestión espinosa que duerme sobre los laureles de un pacto de caballeros que podría despertar en cualquier momento, alborotando lo que se presume es la gran intriga palaciega: ¿Quién heredará el principado, si Los Príncipes no producen un descendiente? Todo apunta a que la mano – poderosísima – de la hermana mayor, es la que mueve esa cuna en particular, apuntando tal honor a su hijo mayor, Andrea Casiraghi, nacido en la legitimidad de su malogrado matrimonio con el rico industrial Italiano Stefano Casiraghi. Aunque Andrea no posee título alguno (un fuerte indicativo de que Alberto no está del todo ganado a la idea, pues no se lo obsequió ni en ocasión de su reciente matrimonio) sí posee, o podría poseer, el derecho sucesor que otorga la legitimidad. Antecede a los hijos de su tía, la princesa Estefanía, en permanente pleito con su hermana, Carolina, debido a sus constantes devaneos con hombres guapos, sin fortuna y muy mal portados; pero, “uña aporreada” de un hermano que, según buenas y malas lenguas, no ha logrado ser doblegado por la obstinada dureza de Carolina, implacable, elegantísima y hermosa “mano negra” de palacio.
De cualquier manera, SAS Alberto II de Mónaco, parece tener fuertemente agarradas las riendas del país. Sin poderes civiles o militares que le hagan realmente sombra, es vox populi que su poder, omnímodo, tiene tentáculos dispuestos en cada uno de los excelentes negocios que lo mantienen en primera línea de la geografía económica internacional y que lo hace con la misma hierática sonrisa con la que reparte juguetes en navidad, Premios en el Grand Prix, bandas en el Festival de Circo, lisonjas en el Baile de la Cruz Roja (junto al baile de la Rosa, un evento más popular que la fiesta nacional) y saludos desde el balcón en el día de Santa Devota, patrona del principado y como no, fiel protectora de su buena estrella.
Por lo pronto, gobierna desde hace 8 años y las cosas no le van mal; ha perdido el cabello y su cintura no puede disimular el paso de años vividos en la opulencia. El tiempo se ocupará de poner las cosas en su lugar, como suele suceder. Pero, si no se apura en producir descendencia, tendrá que hacerlo en educar a su sobrino, un muchacho díscolo y con aspecto de no querer meterse en problemas, en cuyos hombros reposa, tanto la esperanza de su madre, como las de un estado que es soberano, aunque no tenga ni un centímetro cuadrado de sereno. 

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