Detalles de una ceremonia bilingüe

A lo que hemos venido, parece pensar Christopher O´Neill al entrar a la iglesia en compañía de su best man (y mejor amigo) Cedric Notz, a quien le cuesta seguirle el paso y hacer algo para mantenerlo calmo mientras llega la novia. Así pues, con todos en sus puestos y precedida por un coro de niños que, de acuerdo a la tradición familiar Bernadotte, sirve de doble cortejo a las novias de la casa, SAR Madeleine Thérèse Amélie Joséphine, Princesa de Suecia, hizo su entrada a la capilla del Palacio Real de Estocolmo para darle, por fin, un final feliz al noviazgo que ha transcurrido serenamente en la ciudad de New York, donde ambos residen habitualmente, durante dos largos años.

Una ceremonia sencilla, con toda la formalidad de estos casos, en la que el emocionado Chris recibió a quien es ahora su esposa a la mitad del pasillo de la capilla, para evitar las críticas de feministas que ya se quejaron en otra oportunidad de que el Rey llevara a su hija hasta el altar. Una ceremonia que duró exactamente 43 minutos, en la que él recito sus votos en inglés (todavía no habla sueco) y ella en sueco, ante la presencia de dos oficiantes: Lars-Göran Lönnemark, obispo emérito, y Michael Bjerkhagen, predicador de la congregación de la corte sueca y casi 400 invitados.

Hubo lágrimas, del novio, que estuvo haciendo pucheros desde que la Princesa entró a la iglesia. Discurso de buenos deseos, de la hermana, Princesa Heredera Victoria y la intervención de grupo Roxette, Mikael Bolyos y Marie Fredriksson que ha llenado de emoción el ambiente. También hubo, como en todas las bodas, un bebe revoltoso: la pequeña princesa Estelle, hija de la futura Reina de Suecia, que casi se come los pendientes de diamante de su madre, entre otros retozos divertidos y gran complicidad familiar: Magdalena no se inclinó ante su padre al salir de la iglesia, aunque Chris detuvo el paso por un instante para saludarles con deferencia.

 

 

 

Una salva de 21 cañonazos marcó la salida de los novios que, felices, se detuvieron en el pórtico de la iglesia para saludar el pueblo allí congregado y darse los primeros de una gran cantidad de besos con los que sellaron lo que, sin duda, es una de las grandes historias de amor de la realeza escandinava del siglo XXI.