lunes, 8 de julio de 2013

SM Alberto II, Rey de los belgas, dice adios

 
 
Instalado en el trono belga debido al fallecimiento sin descendencia de su hermano, dueño de una mala  fama que le ha perseguido siempre, simpático y buen estratega, SM Alberto II, Rey de los belgas, después de 20 años entendiéndose con lo que bien puede ser el país con el mayor conflicto político de la Europa moderna, ha anunciado formalmente que el próximo 21 de julio, día de la fiesta nacional, dejará las funciones que le fueron encomendadas en 1993 a la muerte del Rey Balduino y entregará el trono a su hijo mayor y heredero legítimo,  SAR Felipe, Príncipe Heredero de Bélgica y Duque de Bravante.
No ha sido un anuncio sorprendente. Los rumores sobre una inminente abdicación del soberano planeaban sobre el Palacio de Laeken desde, por lo menos, hace un año, debido fundamentalmente a repetidos problemas de salud del Rey Alberto y su desprendimiento progresivo y muy sutil de las funciones propias de su alto rango.  Un miembro destacado del gobernante partido socialista comentó hace algunos meses que “parece estarse acercando el final de la era de Alberto II, es algo para lo que debemos prepararnos, Bélgica no cuenta con un Rey a tiempo completo”. Entonces, se dispararon las alarmas; cada aparición pública de Su Majestad, cada anuncio suyo, cada discurso importante, era seguido con el interés de una nación que esperaba, no sin cierta preocupación, el anuncio que finalmente se ha producido el pasado 3 de julio en un discurso televisado a las 6 de la tarde en que el Monarca expresaba su confianza en la preparación de su hijo Felipe para asumir el cargo.  Después de sus emotivas palabras, el primer ministro Belga, Elio Di Rupo, expresó (en Neerlandés y francés) su “respeto y comprensión" por la decisión del rey Alberto II y le agradeció su servicio al país durante los 20 años en el trono, destacando la "valentía" y la "clara vocación" del Rey al servicio del país, así como el "entusiasmo, empatía, humor e inteligencia" que ha demostrado durante su reinado.
Aunque para algunos analistas el movimiento parece acertado, al acercarse un periodo tranquilo políticamente hablando antes de las elecciones del año próximo, la verdad es que desde el punto de vista de la estabilidad para la monarquía, no deja de ser un riesgo que podría incluso poner en peligro la institución misma. A diferencia de países como Suecia, por ejemplo, en donde la monarquía es casi un elemento decorativo que no tiene participación alguna en decisiones políticas o de gobierno; en Bélgica, la figura del Rey y su papel en la política estadal es muy importante y efectivo. Se le considera un  mediador equilibrado entre las múltiples fracciones que conforman el país (y que no congenian nada bien entre sí) y su consejo e intervención son fundamentales a la hora de enfrentar lo que casi siempre constituye su problema más importante: Lograr un acuerdo entre valones y flamencos para formar un gobierno estable.  Como ejemplo, valdría recordar los esfuerzos interminables de Alberto II durante 553 días para lograr que Elio Di Rupo, un socialista moderado del lado flamenco, se erigiera en Primer Ministro y formara un gobierno estable.
Visto como un hombre conciliador y convertido en suerte de piedra angular sobre la que reposan las incontables dificultades étnicas de un país quem entre otras cosas, paradójicamente representa la unidad europea, Alberto II teme que enfrentarse a una nueva contienda electoral puede aumentar sus delicados problemas de salud y su cansancio. Lo ha dicho sin decirlo, saliendo al paso de ese modo, a los graves escándalos que han sacudido Palacio en los últimos tiempos. Acusaciones de mal comportamiento fiscal de la reina Fabiola (su cuñada y protegida, viuda del querido Rey Balduino), escándalos de su hijo Lorenzo tachado entre otras cosas de maltratador de mujeres y famoso por exigir (a fuerza de pataletas públicas) ser llevado en Business Class cuando ha comprado boletos de clase económica, reformas importantes a las leyes que le asignan la lista civil (esa especie de sueldo del que disfrutan los monarcas para cumplir “con decoro y responsabilidad” sus funciones de representación) gracias a las cuales, ahora tendrá que pagar impuestos y las exigencias de una hija ilegítima tenida en su relación adúltera de muchos años con una baronesa belga, quien ahora pide una prueba de ADN para comprobar su filiación, han causado unas cuantas canas al soberano de 79 años de edad, que se retirará, según sus propios deseos, a vivir con tranquilidad la ancianidad pausada que nadie pudo haber presagiado, considerando que tanto el como la Reina tuvieron una juventud alocada y dispendiosa.
La abdicación voluntaria del Rey es un hecho extraordinario en Bélgica. De hecho tal acción no aparece en la constitución belga, que da por hecho que el Monarca muere en sus funciones, aun cuando en 1950 el rey Leopoldo III fue obligado a renunciar dejando el trono en manos de su hijo Balduino.  El primer ministro Di Rupo tendrá que explicar cómo se llevará a cabo la abdicación del Soberano desde un punto de vista jurídico. La fórmula que se baraja es que el Rey firme un acta en la que renuncie de forma voluntaria al trono y se convierta en el primer soberano en hacerlo. De este modo, el príncipe Felipe podría ser coronado, acto para el cual, aun no se han tomado previsiones ni se han revelado detalles "El Gobierno comenzara mañana los preparativos para el acceso al trono del 21 de julio. Espero que ese día, el de nuestra fiesta nacional, sea un momento de orgullo para el conjunto de los ciudadanos", dijo el primer ministro belga.
Y, lo será, sin duda. La monarquía  es el único elemento que mantiene unido al país y Alberto II ha logrado, a pesar de haberse apostado lo contrario, hacerse un espacio en el corazón tanto de valones como de flamencos para mantener el prestigio de una institución que ha tenido más de un desasosiego y de todos, hasta ahora, ha salido airosa.

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