miércoles, 5 de octubre de 2011

Dia de boda




Pegados al televisor desde muy temprano, empezamos a sentir y disfrutar la algarabía de una boda Sevillana al empezar la mañana. Vimos entrar a Palacio a alguno de los hijos y nos enteramos, con tristeza, de la grave varicela de Eugenia, Duquesa de Montoro y niña de la casa.
Un poco más tarde, para calentar la espera, comenzó la llegada de los invitados, poquísimos y muy selectos, que presenciarían en directo la versión Sevillana de boda real con entrega de Oscar. No había estrellas de cine, aunque alguna de las invitadas tiene tanto tirón mediático como Cameron Diaz y aun no nos enteramos por qué. Hubo toreros, de los que más que arte, tienen linaje y les sobra galanura y por allí pudimos ver algún que otro apellido compuesto, un médico a quien ya desde hace rato le ponen manos de santo, y alguna que otra buena mujer devenida en asistenta. Un grupete de amigotes que no debe haber llegado a los 40, pero que de variopinto vale por mil.
De mantilla blanca, con el debido permiso de la novia (si no, habría cometido una falta imperdonable y eso ella, jamás) y un precioso traje rojo de madrina, Carmen Tello, esposa de Curro Romero y hermana elegida de la Duquesa, hizo de envidiable madrina de bodas, dio declaraciones, paseó el modelito, se tomó fotografías y se gozó la cosa tanto como le dio la gana y se lo permitieron sus Victorios y sus Luchinos que no la dejaban a sol ni a sombra.
Adentro, Palacio hervía por el calor sevillano, que hoy se mostró generoso, y por la emoción genuina del momento. Cayetano, el hijo díscolo y guapo, parece haber hecho las paces con todo el mundo (se veía estupendo escoltando otra vez a Genoveva) y ya nos habíamos enterado que por vengativo y necio, Jacobo decidió irse para Francia antes que felicitar a su madre en persona (los boletos seguro que los compró Inka) Carlos, de riguroso chaqué mañanero, no llevo a la Koplowitz pero hizo el paseillo hasta el altar lleno de historia, y las caras frescas y bonitas de los nietos, andaban de brillo por la ausencia.
Tres sacerdotes, una lectura bíblica a cargo del hijo elegido, Francisco Rivera Ordoñez (el que fue y tuvo, retuvo) y la cara emocionada de la novia dieron cuenta de lo demás. Pasadas la 1 y media de la tarde, Alfonso más que convertirse en Duque de Alba consorte, se convertía en compañero de la Duquesa que a sus 86 años, miró al mundo desde el hombro, se puso un bello vestido rosa y se casó porque ella es libre. Vaya responsabilidad.




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