martes, 3 de diciembre de 2013

Príncipe entre los príncipes, el autoritario Hans Adam

Los pocos opositores que habitan el pequeño país sobre el que reina, lo han tildado siempre de Dictador. La prensa rosa lo considera un hombre reservado y sin escándalos.  La revista Forbes, biblia bien documentada de fortunas y haberes, lo sitúa a la cabeza de las fortunas más importantes de la realeza europea.  Un poco de cada afirmación y tendremos el retrato perfecto del más poderoso, bien pertrechado y linajudo de los príncipes reinantes de Europa.
Es  Su Alteza Serenísima, Johannes Adam Ferdinand Aloys Josef Maria Marko d'Aviano Pius de Liechtenstein de Wilczek, Príncipe Soberano de Liechtenstein, Duque de Troppau y Jägerndorf,   Conde de Rietberg , Soberano Gran Maestre de la Orden al Mérito del Principado de Liechtenstein y  Caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro  de la Rama Austríaca.  O lo que es lo mismo, el hombre de la casa del castillo de Vaduz, capital del pequeñísimo estado de Liechtenstein, un principado enclavado en las laderas Austriacas que disfruta, entre otras cosas, el privilegio de ser uno de los países con mayor renta per cápita en el mundo y uno de los santuarios que brinda mayor protección a fortunas (bien y mal habidas) de todos los millonarios del planeta, gracias a su vasta e intrincada red de bancos en las que se manejan, según estudios muy serios,  capitales que pueden rondar los 80 mil millones de euros; de esos, 3 mil millones, aproximadamente, son suyos; según lo que dice la revista Forbes, SAS Hans Adam II de Liechtenstein es el príncipe más rico de Europa.  Es también uno de los que cuenta con el más antiguo abolengo, las primeras menciones a la familia  principesca de la que desciende, se hallan registradas en 1136, fecha en la cual además, pueden situarse los primeros esfuerzos por establecer el Principado como estado independiente.
La suya es una dinastía que no ha cesado de mezclarse con la historia, a la que ha hecho guiños de importancia desde que en el siglo XII obtuviera el señorío de Nikolsburg en Moravia del Sury diera a la familia la gran presencia política de contar con un territorio importante en la Corona de Venceslao, importancia que fue demostrada con creces cuando en 1394 Hans I de Liechtenstein renuncia ante los Austriacos, al caer victima de sus componendas políticas y empieza a ganar posesiones en la Baja Austria, extendiendo su dominio aún más en Moravia del Sur. Territorios que fueron ampliándose en sucesivas ganancias, hasta que en los siglos XVII y XVIII, convertidos al catolicismo, la familia se asegura, tanto el título de Príncipes, como la estipulación de que el hijo primogénito de la línea más antigua, debería heredarlo representando a la familia como el regente de la casa; privilegio que sirvió para que, en 1719, se unificaran los territorios de Schellenberg y Vaduz y ascendieran al actual rango de Principado de Liechtenstein, naciendo un nuevo micro estado germánico para Europa Occidental.
Desde entonces, en lo que más se ha destacado la familia es en acumular riquezas y proteger la independencia de la que quizá sea, si se considera la relación proporcional, la nación más rica del mundo. Famosa por su impenetrable red de bancos e instituciones financieras, Liechtenstein destaca por su cuidado compromiso con el secreto bancario, (tan en discusión por estos días) y por ser cuna de rumores, nunca confirmados, según los cuales, la familia real es la única familia feudal que sobrevive a la historia. Es probable que lo sea: La familia real, a pesar de regir los destinos del principado desde sus orígenes, residió en la república Checa y en Viena hasta 1938 año en que el príncipe Francisco José II se traslada a Vaduz, capital del principado, para poner fin al gobierno por control remoto y hacer pleno uso de la soberanía concedida en 1806.
SAS Hans Adam II, reina -  y gobierna - entonces, sobre un conglomerado de 34.000 habitantes, en su mayoría extranjeros, a quienes considera, de muchos modos, sus empleados. Es dueño de un importante grupo bancario (LGT) y aunque comparte poderes con un parlamento constitucional de libre elección, es la voz cantante en todas las decisiones del país. Igual se si trata de una asunto de Boy Scouts, como de un conflicto internacional, es el príncipe soberano quien tiene y mantiene la última palabra. Sus actos son incontestables y el poder, inmenso, que ejerce sobre el principado casi nunca se pone en tela de juicio pues, básicamente, no da motivos para ello. Se apoya en un director de gabinete, de especiales y extensos conocimientos jurídicos y disfruta, realmente, de un poder que ningún otro monarca europeo posee. Casado desde hace 46 años con la condesa Alemana Marie Kinsky de Wchinitz y Tettau Lederbur-Wilchen, ha procreado cuatro hijos, casi todos casados con descendientes de "buenas familias nobles" (uno se casó en palacio con una linda morena panameña, levantando ciertos comentarios muy subidos, rápidamente acallados por el apoyo familiar) esos matrimonios han extendido sus contactos en las cortes europeas, con quienes, extrañamente, no posee parentesco consanguíneo alguno.
No ha sido hombre (ni familia) de escándalos, aunque tuvo que capotear ciertos chismes relacionados con la adicción al alcohol de cierto pariente cercano, destapado al momento en que esta parienta estuvo cerca de emparentarse con la familia real española. Permanece fiel a sus principios – extremadamente derechistas para el gusto de algunos pocos súbditos – a su familia y a su esposa, quien le lleva algunos años y en el año 2004 designó a su hijo Alois (Luis) esposo de Sofía de Baviera, para una posición de “entrenamiento” para reinar, convirtiéndolo en el único príncipe heredero con verdaderos poderes, aunque estos se limiten a la representación pública de su padre. SAS ha dicho, en más de una oportunidad,  que no está en sus planes abdicar, aunque cada día trabaja menos en los asuntos estadales. En el año 2003 obtuvo el respaldo de una nueva constitución que fue aprobada en plebiscito, único momento de su reinado de 24 años en que ha tenido que hacer gala de su “malcriadez” para obtener sus propósitos: amenazó con mudarse a Austria y acabar con el tema monárquico, si los habitantes de la nación no aprobaban la constitución que le otorgaba mayores y más especiales poderes. Ocupa una posición equilibrada y, aunque nadie lo considera un padre espiritual ni un guía inapelable de la nación, goza del respeto y aprecio de sus súbditos a quienes corresponde modernizando las instituciones y haciendo lo que cree correcto para mantener la paz y la convivencia. Llevó de la mano al principado a adherirse a la Unión Europea, lo llevó a la ONU como miembro de pleno derecho y se asegura que todos, sin excepción, disfruten un poco de la bonanza económica que brinda el manejo de tanto dinero ajeno, compartiendo con ellos la sensación de formar parte del gobierno. Creó la Fundación Liechtenstein para la Gobernanza Estatal, que preside y, según las malas lenguas - que son muchas -  ni un centavo entra al principado sin que Hans Adam se entere de donde viene; aun así, existe la seguridad de que en un solo año de recesión económica perdió 1500 millones de euros. Su fortuna, gigantesca, puede contarse en papel moneda de curso legal, a diferencia de sus amigos Luxemburgueses a quienes además de dinero, se les suman propiedades y obras de arte de valor incalculable.
Discreto, buenmozo y dueño de una de las sonrisas más exhibidas – y apacibles – de la realeza europea, mantiene una relación afable y distendida con sus colegas, aunque sin demasiada intimidad, pues solo parece importarle una cosa: Liechtenstein, o tal vez haya que decir, el dinero que le cuida Liechtenstein.

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