domingo, 20 de octubre de 2013

La boda de un príncipe que no lo es y su entorno principesco, en Palacio

 
Tal como se han desarrollado las cosas en esa familia tan particular, hablar de Andrea Casiraghi pone a los puristas de la realeza en un verdadero aprieto; la razón fundamental es muy sencilla: Si SAS Charlene de Mónaco, la actual Princesa Soberana, no tiene descendencia, Andrea podría convertirse en Príncipe Soberano de Mónaco. Uno de los países más pequeños, más extraños y posiblemente más ricos (y elegantemente corruptos) del mundo.  Sin embargo, hasta ahora Andrea, hijo mayor de SAR Carolina, Princesa de Mónaco y de Hannover y Stefano Casiraghi, el buenmozo y millonario italiano con el que se casó hace más de 20 años y  que falleció en un terrible accidente acuático pocos años después, no posee título alguno, no recibe tratamiento de Alteza Real y no es, efectivamente, un príncipe a la usanza tradicional (si es que eso existe en el siglo XXI) al que uno pueda ver en los saraos reales codeándose con sus colegas ingleses, daneses o suecos. Hace vida de millonario, (lo es) y hasta ahora nadie ha publicado sobre él, ninguna noticia relativa a algún trabajo remunerado o estudios finalizados con éxito.
Sin embargo, sus ires y venires despiertan una expectación bastante mayor a los de un príncipe verdadero. Por eso su boda, finalmente realizada el pasado 31 de agosto, después de un hijo con su novia y algunos años de relación “oficial” ha sido un evento digno de toda la atención que despiertan las bodas reales. Por él, y porque la escogida fue la nieta de uno de los hombres más ricos del mundo: Tatiana Santo Domingo. Una muchacha con un estilo hippie-chic muy definido, que según todos los que saben de eso, es una de las reinas de la vida social internacional (lo que antes se llamaba la jet set). Celebrada en el Palacio Principesco de Mónaco, con todas las prerrogativas de un evento de la realeza, pero sin los invitados “coronados” que suelen darle lustre a estos eventos, la boda de Andrea y Tatiana, fue uno de los actos más privados de una familia que tiene al mundo acostumbrado a hacer todo de la manera más publica posible.
Fue una ceremonia civil, ante aproximadamente 400 invitados entre lo más granado y florido de las más altas esferas, realizada a las 11:45 de la mañana, ante las autoridades monegascas. La única concesión a la curiosidad de los demás, ha sido permitir que en la plaza de Palacio se celebre la noticia con entusiasmados aplausos. Finalizada la ceremonia, empezó la celebración con un almuerzo servido en los jardines de la piscina de Palacio, que según parece se extendió hasta altas horas, según las infidencias  (gracias a Dios existen) cometidas por algunos invitados, a través de sus cuentas en redes sociales. Se brindó con cerveza, quizás para palear las altas temperaturas del verano y probablemente como guiño al abuelo de Tatiana, cuya inmensa fortuna se fraguó al amparo de la fabricación de cerveza. 
La boda, para la que no se escatimaron celebraciones, finalizó con una gran fiesta palaciega, en el más puro estilo distendido y “hipposo” al que los novios son tan afectos, de la que participaron unos 250 invitados que no requirieron cambio de traje ni de ambiente; quizás mudanza de espacio, que para eso El Palacio Grimaldi es suficientemente amplio.
Estuvieron todos los que son alguien en el escaso mundillo de las grandes fortunas del mundo, llegados a Mónaco en los días previos para participar de algunas fiestas anteriores, suerte de despedidas de solteros, organizadas por los amigos con toda discreción.  Hubo algunas fotos, (trascendieron menos de diez) y se distribuyeron un par de fotografías “oficiales” en donde se ve a la pareja de guapos novios vestidos con exquisita sencillez. Ella un traje blanco roto de muselina y chiffon de seda muy hermoso y él de riguroso traje azul oscuro, camisa blanca y corbata azul marino. A lo lejos se podía ver una sonreída Princesa Carolina de Mónaco vestida de rojo; pero, por desgracia, no hubo fotos que permitieran detallar su atuendo.
Tienen un hijo, Sacha, tienen todo el dinero que quieran y parece que se quieren un montón, además, la historia podría convertirlos en testas coronadas de un imperio que no por pequeño es poco valioso. Mejores presagios son imposibles. Que sean felices y coman perdices,  es hora de que los descendientes de esa complicada historia de príncipes díscolos, empiecen a sentar cabeza. Aunque nadie apostaría por ello.
 
 

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