Tal como se han desarrollado las
cosas en esa familia tan particular, hablar de Andrea Casiraghi pone a los
puristas de la realeza en un verdadero aprieto; la razón fundamental es muy
sencilla: Si SAS Charlene de Mónaco, la actual Princesa Soberana, no tiene
descendencia, Andrea podría convertirse en Príncipe Soberano de Mónaco. Uno de
los países más pequeños, más extraños y posiblemente más ricos (y elegantemente
corruptos) del mundo. Sin embargo, hasta
ahora Andrea, hijo mayor de SAR Carolina, Princesa de Mónaco y de Hannover y
Stefano Casiraghi, el buenmozo y millonario italiano con el que se casó hace más
de 20 años y que falleció en un terrible
accidente acuático pocos años después, no posee título alguno, no recibe
tratamiento de Alteza Real y no es, efectivamente, un príncipe a la usanza
tradicional (si es que eso existe en el siglo XXI) al que uno pueda ver en los
saraos reales codeándose con sus colegas ingleses, daneses o suecos. Hace vida
de millonario, (lo es) y hasta ahora nadie ha publicado sobre él, ninguna
noticia relativa a algún trabajo remunerado o estudios finalizados con éxito.
Sin embargo, sus ires y venires
despiertan una expectación bastante mayor a los de un príncipe verdadero. Por
eso su boda, finalmente realizada el pasado 31 de agosto, después de un hijo
con su novia y algunos años de relación “oficial” ha sido un evento digno de
toda la atención que despiertan las bodas reales. Por él, y porque la escogida
fue la nieta de uno de los hombres más ricos del mundo: Tatiana Santo Domingo.
Una muchacha con un estilo hippie-chic muy definido, que según todos los que
saben de eso, es una de las reinas de la vida social internacional (lo que
antes se llamaba la jet set). Celebrada
en el Palacio Principesco de Mónaco, con todas las prerrogativas de un evento
de la realeza, pero sin los invitados “coronados” que suelen darle lustre a
estos eventos, la boda de Andrea y Tatiana, fue uno de los actos más privados
de una familia que tiene al mundo acostumbrado a hacer todo de la manera más
publica posible.
Fue una ceremonia civil, ante aproximadamente 400 invitados entre lo más granado y florido de las más altas esferas, realizada a las 11:45 de la mañana, ante las autoridades monegascas. La única concesión a la curiosidad de los demás, ha sido permitir que en la plaza de Palacio se celebre la noticia con entusiasmados aplausos. Finalizada la ceremonia, empezó la celebración con un almuerzo servido en los jardines de la piscina de Palacio, que según parece se extendió hasta altas horas, según las infidencias (gracias a Dios existen) cometidas por algunos invitados, a través de sus cuentas en redes sociales. Se brindó con cerveza, quizás para palear las altas temperaturas del verano y probablemente como guiño al abuelo de Tatiana, cuya inmensa fortuna se fraguó al amparo de la fabricación de cerveza.
La boda, para la que no se escatimaron celebraciones, finalizó con una gran fiesta palaciega, en el más puro estilo distendido y “hipposo” al que los novios son tan afectos, de la que participaron unos 250 invitados que no requirieron cambio de traje ni de ambiente; quizás mudanza de espacio, que para eso El Palacio Grimaldi es suficientemente amplio.
Estuvieron todos los que son alguien en el escaso mundillo de las grandes fortunas del mundo, llegados a Mónaco en los días previos para participar de algunas fiestas anteriores, suerte de despedidas de solteros, organizadas por los amigos con toda discreción. Hubo algunas fotos, (trascendieron menos de diez) y se distribuyeron un par de fotografías “oficiales” en donde se ve a la pareja de guapos novios vestidos con exquisita sencillez. Ella un traje blanco roto de muselina y chiffon de seda muy hermoso y él de riguroso traje azul oscuro, camisa blanca y corbata azul marino. A lo lejos se podía ver una sonreída Princesa Carolina de Mónaco vestida de rojo; pero, por desgracia, no hubo fotos que permitieran detallar su atuendo.
Tienen un hijo, Sacha, tienen todo el dinero que quieran y parece que se quieren un montón, además, la historia podría convertirlos en testas coronadas de un imperio que no por pequeño es poco valioso. Mejores presagios son imposibles. Que sean felices y coman perdices, es hora de que los descendientes de esa complicada historia de príncipes díscolos, empiecen a sentar cabeza. Aunque nadie apostaría por ello.
Fue una ceremonia civil, ante aproximadamente 400 invitados entre lo más granado y florido de las más altas esferas, realizada a las 11:45 de la mañana, ante las autoridades monegascas. La única concesión a la curiosidad de los demás, ha sido permitir que en la plaza de Palacio se celebre la noticia con entusiasmados aplausos. Finalizada la ceremonia, empezó la celebración con un almuerzo servido en los jardines de la piscina de Palacio, que según parece se extendió hasta altas horas, según las infidencias (gracias a Dios existen) cometidas por algunos invitados, a través de sus cuentas en redes sociales. Se brindó con cerveza, quizás para palear las altas temperaturas del verano y probablemente como guiño al abuelo de Tatiana, cuya inmensa fortuna se fraguó al amparo de la fabricación de cerveza.
La boda, para la que no se escatimaron celebraciones, finalizó con una gran fiesta palaciega, en el más puro estilo distendido y “hipposo” al que los novios son tan afectos, de la que participaron unos 250 invitados que no requirieron cambio de traje ni de ambiente; quizás mudanza de espacio, que para eso El Palacio Grimaldi es suficientemente amplio.
Estuvieron todos los que son alguien en el escaso mundillo de las grandes fortunas del mundo, llegados a Mónaco en los días previos para participar de algunas fiestas anteriores, suerte de despedidas de solteros, organizadas por los amigos con toda discreción. Hubo algunas fotos, (trascendieron menos de diez) y se distribuyeron un par de fotografías “oficiales” en donde se ve a la pareja de guapos novios vestidos con exquisita sencillez. Ella un traje blanco roto de muselina y chiffon de seda muy hermoso y él de riguroso traje azul oscuro, camisa blanca y corbata azul marino. A lo lejos se podía ver una sonreída Princesa Carolina de Mónaco vestida de rojo; pero, por desgracia, no hubo fotos que permitieran detallar su atuendo.
Tienen un hijo, Sacha, tienen todo el dinero que quieran y parece que se quieren un montón, además, la historia podría convertirlos en testas coronadas de un imperio que no por pequeño es poco valioso. Mejores presagios son imposibles. Que sean felices y coman perdices, es hora de que los descendientes de esa complicada historia de príncipes díscolos, empiecen a sentar cabeza. Aunque nadie apostaría por ello.
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