domingo, 20 de octubre de 2013

Claire Ladermacher y Felix de Luxemburgo, una boda real al estilo real




Sucedió el pasado 21 de septiembre en la basílica de Sainte-Marie-Madeleine, al sur de Francia, en la pequeña ciudad de Saint-Maximin-la-Sainte-Baume, en solemne ceremonia celebrada por el arzobispo de Luxemburgo, monseñor Jean-Claude Hollerech. Ha sido una boda con todos los ingredientes tradicionales de una boda de la realeza, aunque no un asunto de estado y estuvo llena, cómo no, de fotógrafos, sombreros, atuendos  de los que se ponen las princesas para asistir a bodas y la elegancia masculina de la que siempre hacen gala los apuestos príncipes luxemburgueses. Estamos hablando de la boda, esta sí que muy tradicional, de otro príncipe europeo: Su Alteza Real el príncipe Félix de Luxemburgo, Príncipe de Nassau y la Señorita Claire Margareta Lademacher, hija de un rico empresario alemán, considerado uno de los  más ricos de Europa.
Precedida por la ceremonia civil, realizada en Alemania cuatro días antes, con la elegante sencillez que los luxemburgueses le ponen a todo lo que hacen; la boda religiosa, un evento privado debido a que el novio no es heredero al trono, contó con algunos invitados reales, (probablemente más por ser amigos de los novios que por pertenecer a casas reales) como Pierre Casiraghi, (Hijo de SAR Carolina de Mónaco) SAR Laurent de Bélgica (hijo de SSAARR Alberto y Paola de los Belgas y hermano del actual soberano) y los primos condes y duques austriacos, entre otros, además claro está, de la familia al completo y unos 375 invitados provenientes de lo mejorcito de las aristocracias de esos lados de Europa, incluyendo Croacia (¿sorprende verdad?) de donde vino el padrino del enlace, mejor amigo del novio.
Empecemos por el templo: tiene casi 1.000 años de antigüedad y es objeto de una gran veneración por fieles de todo el mundo. Comenzó a construirse en 1.295 sobre las ruinas de una iglesia merovingia y es uno de los ejemplos más importantes del llamado gótico provenzal. Con una escenografía así, no había razón para restarle importancia al carácter real de la unión.  Ahora bien, ¿de dónde vienen ambos para tener tanto lustre? Muy sencillo: él es el segundo hijo - es decir el segundo en la línea de sucesión al trono - de SSAARR el Gran Duque Juan de Luxemburgo y la Gran Duquesa María Teresa, la cubana que se enamoró del príncipe y no tuvo que besar ningún sapo. Por línea paterna, él es un aristócrata de verdad, emparentado con un buen número de testas coronadas y más apellidos de los que alguna vez pueda llegar a necesitar. Ella es la hija de uno de los hombres más ricos de Europa, Helmut Ladermacher y su esposa Gabriella, una elegantísima alemana de la más alta alcurnia, pero sin títulos.  Se conocieron mientras estudiaban en una sucesión de elitistas escuelas alemanas y francesas y tienen años de noviazgo, imposible de formalizar debido a que el hermano mayor del novio (heredero de la corona) aun no se había casado. Es decir, un verdadero comportamiento principesco a pesar de que hace algunos años, para mortificación de la familia entera, uno de los más jóvenes de la casa embarazó a su noviecita y hubo de acudir a un apresurado  matrimonio. 
Para esta ocasión, María Teresa, fiel a su estilo se encaramó un vestido que no le quedaba bien. Demasiadas telas, demasiados abrigos, demasiados demasiados que una mujer rolliza de tan baja estatura, no debería vestir nunca. Pero ella es la Gran Duquesa. Gabriella, madre de la novia, lucía estupenda aunque vestía de blanco – una cosa que a nosotros en esta parte del mundo nos parece indebido, pero que quizás a ellos no los moleste en absoluto -   La familia del novio, que siempre parece una familia feliz pues está compuesta por varones muy buen mozos y una sola hembra que no termina de verse bonita, lucia muy bien, con una corrección que raya en lo perfecto y el novio, guapo entre los guapos de las coronas europeas, estaba feliz y estupendo en un chaqué que seguramente algún buen sastre hizo a su medida. El papá de la novia ha debido cortarse el cabello para ponerse más a tono con el papá del novio, pero hasta donde sabemos, ellos dos no eran importantes. (Bueno, el Gran Duque si lo es, realmente es archi - millonario y un poco más)
La novia, como corresponde a su recién adquirida dignidad, se decantó por el clasicismo de la alta costura de Elie Saab, y llevo un traje que, según la prensa luxemburguesa, se podía calificar como “oda a la delicadeza”.  (Increíblemente parecido al de su hoy cuñada, Stephanie de Lannoy, cuando casó con el hermano del príncipe Félix,  hace algunos meses)
Claire Margareta estaba bellísima con un elaborado vestido de encaje y largo velo bordado, que iba sujeto en la tiara floral de diamantes, préstamo de su suegra.  Al momento de jurarse amor eterno los novios intercambiaron un par de sencillas alianzas de oro, procedentes de una joyería sin mayor lustre.  Al finalizar la misa,  en la que actuó el coro Pueri Cantores de niños y la Orquesta de Cámara del Conservatorio de la Ciudad de Luxemburgo, bajo la dirección de Pierre Nimax, Jr. y, también, el organista jefe de la catedral de Notre-Dame, Paul Breisch, los recién casados abandonaron la basílica de Sainte-Marie-Madeleine  para ofrecer a sus invitados un exquisito  banquete nupcial,  servido en el convento real de Saint-Maximin, a poca distancia de donde empezarán a hacer su vida los nuevos esposos.
 

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